Si la política también son gestos, ayer, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, no tuvo ni uno con su ministra más cuestionada, la titular de Fomento, Magdalena Alvarez. En su primera intervención ni la mencionó, y no sería por falta de tiempo porque fue un discurso extenso, plagado de disculpas y cifras de inversión. En el turno de réplica, y ante las insistentes peticiones de toda la oposición para que cese a Alvarez, el presidente ya avisó de que no pensaba entrar en este debate. Ni mencionó que no pensaba cesarla y se limitó a asegurar que la apuesta por las infraestructuras de Cataluña es compartida "del primer al último ministro que se sienta en el banco azul". Nada más.

Zapatero demostró que es él quien ha asumido el control y quien se responsabiliza de "los errores". Pero al entrar en materia admitió solo la existencia de un "fallo grave", consistente en la utilización de un material inadecuado por parte de OHL en la impermeabilización del túnel del AVE. De los problemas que las obras del AVE llevan causando en el servicio de Cercanías en lo que va de año, ni una palabra. Ni una mención tampoco a la crisis de agosto que ya llevó a todos los partidos del arco parlamentario menos el socialista a pedir la cabeza de la ministra y obligó al Gobierno a desplazar a Barcelona al secretario de Estado de Infraestructuras, Víctor Morlán.

Tanto el PP como los grupos catalanes lamentaron que el jefe del Ejecutivo mantenga en el cargo a Alvarez.