TAtndaba una cabra por el monte rumiando tan a sus anchas una cinta de video cuando aparece otra cabra y le pregunta, qué comes, madame Bovary , respondió; ¿Y te gusta?; Me gustó más el libro, le dijo. Pues bien, algo parecido nos pasa a los espectadores de cine español: tragamos celuloide por variar de menú, pero, a tenor del material, preferimos el papel impreso. Y es una lástima, ahora que caen como pétalos muertos el prestigio de los políticos, de los jueces, de la prensa y de la enseñanza, no echar mano del cine y de la tele para crear un modelo de sociedad nuevo, algo que queda muy lejos del ámbito de los libros. Ya dijo Rusiñol que engañar a los hombres de uno en uno es más espinoso que engañarlos de mil en mil, por eso la televisión lo tiene más fácil que el abogado o el visitante de los Testigos de Jehová. Alguien debería aprovechar estos inventos para crear series y películas españolas que remozaran el prestigio de ciertos modos de convivencia caídos en el descrédito. Esa es la cuestión: el prestigio. En series como Rebelde Way , por ejemplo, se prestigia el comportamiento de los adolescentes, mientras que los profesores son vergonzantes caricaturas de seres humanos. Algo que ya pasaba en Los Serrano o Al salir de clase . Luego no debe escandalizarnos si profesores como Carlos Cabanillas de Almendralejo se ven metidos en pleitos por hacerse respetar por los niños. Porque a los niños, como a los adultos, los atrae el prestigio. Y hoy el prestigio cae del lado de lo que sale por la tele, es decir, de lo zafio, lo vulgar, lo violento. Y los niños, ya se sabe: lo que ven en casa. Pero hay casas en las que andan como cabras en un garaje.