He dudado sobre si escribir o no estas letras. He sentido la llamada egoísta de no compartir. De no decir. De callar. De que corra el tiempo y nada cambie. He dudado, un instante solo. Se lo cuento porque es mi obligación y, porque es bello cantar a lo bello.

Es primavera. Primavera es un restaurante de Campo Maior. El feudo de los Nabeiro. Rui, comendador, ya en bronce, en pie, la vista perdida sobre los jardines municipales. Cafés Delta, fábrica y museo. Primavera es un restaurante a pocos metros de ese monumento a Rui Nabeiro. En Campo Maior, a los pies del castillo y a dos cuadras de la ‘capela dos ossos’. No dejen de ver los cráneos de los que fueron vida, el museo del café que a pocos kilómetros de la localidad abre Cafés Delta, y el Primavera… Vayan, pero sin agolparse. Malo sería que fueran muchos y le metiéramos demasiada presión a lo que está hecho para la calma de pocos y por su orden.

Primavera es un restaurante. ¿Un restaurante? Es lo que pone fuera, Restaurante Primavera Cozinha Regional Alentejana. Mentira no es. Pero es más, o al menos, es de lo que no queda. Lo que no es, que nadie se lleve a engaño, es un restaurante lusitano al uso. Nada de tipismos de impostación. Nada de yugos, nada de ladrillo visto, nada tinajas de barro. Tampoco es uno de esos restaurantes de pollos y bacalao dorado que jalonan la frontera. De eso, nada.

Primavera es una especie en extinción. Un caso único. Un lince solitario expuesto a ser atropellado en cualquier carretera. Está ahí, ahora, como pudiera estarlo, ahí, cincuenta años atrás. Rua 1º de Mayo (antigua Rua Dr. Oliveira Salazar), así reza el azulejo del callejero. Tal cual. Pues eso. Pequeño (siete mesas), pequeño (dos excusados de juguete), pequeño (una tele siempre encendida), pequeño (cero barras). Y siendo llamativo lo de su pequeñez, de eso te das cuenta un rato después de comprobar lo muy limpio que es y está todo. Limpio, o sea, barrido, enjabonado, fregado, inmaculado y honesto.

Primavera es una casa de comidas entrañable con el aire de lo que ya está condenado a desaparecer. Con su puntito de pensión de estudiantes, con la extrema humildad de los comedores de misericordia, con el señorío descomunal de Fátima y Eleuterio. Creo que así se llaman. Una pareja de jovencísimos ancianos. Ella sirve las mesas, él cocina. Ella en bata. Ella madre, abuela, hermana. Y él, un ángel de los fogones. Siempre le asoma el nudo de la corbata por detrás del delantal. Delantal impoluto. Ella me recuerda el amor con que mi madre me servía -de niño- la cena. Él me recuerda a mi padre, y a todos los hombres de aquella generación, que no se exponían a las miradas sin ir convenientemente encorbatados. Eleuterio es el único cocinero que conozco capaz de repeler toda mancha. ¡Qué triste cuando en un restaurante postinero sale el cocinero vestido de lamparones! ¡Qué alegría ver a Eleuterio inmaculado!

SE COME BIEN / Y además se come. Bien, por supuesto. Siempre hay sopas de ‘legumes’ (más baratas que si las preparas en casa), inveteradas sopas de ‘cação’, tremebundas sopas de ‘cachola’ al modo de Portalegre, ‘feijoadas’, garbanzos, calderetas, bacalao, por supuesto, cazón, cerdo y, para los más sibaritas, solomillo de ternera. Todo por derecho, en abundantes raciones, propias para compartir, ejecutadas sin trampa ni cartón al modo alentejano. El bacalao con espinas y el aceite recio. Y de postre, ‘sericaia com ameixa de Elvas’.

Si van a este restaurante, no tengan prisa. Respeten la calma, el silencio y el aroma de lo que ya no ha de tornar. Y si lo suyo son los tatakis, el marisco, el ver y ser vistos, el pagar con tarjeta o el tiramisú, no vayan a Primavera. Pero si tienen hijos en edad de aprender, llévenlos,... por la lección de historia no cobran. Primavera existe, gracias a Dios.