Hace un mes y 10 días, poco antes de Navidad, comenzó Doudou Niang su viaje desde algún lugar de Gambia. Ahora, un miércoles por la tarde, admira un escaparate en el chaflán entre las calles de Caspe y del Bruc de Barcelona. "Por favor --dice-- no quiero pedir nada, pero necesito un cigarrillo". Junto a él, 24 hombres más, la mayoría veinteañeros de Gambia, Angola, Senegal y dos Guineas, respiran más o menos feliz en lo que será su ciudad de acogida, tal vez la de su futuro. "La mayoría hablamos francés, pero nos queremos quedar en España. Desde que llegamos nos han tratado increíblemente bien, estaremos siempre agradecidos", dice Doudou.

Pocas horas antes, a las 15.20 horas, aterrizaba en el aeropuerto de El Prat el avión que los traía desde Gran Canaria. "Nos habían reunido el día anterior 10 minutos para explicarnos que nos iban a llevar a Barcelona". El martes por la noche ya había llegado a El Prat otro avión con inmigrantes subsaharianos. Es un proceso habitual, aunque llevado con una gran discreción: ya que en Canarias no hay lugar para los cientos de sin papeles que están llegando en patera a las playas, la dirección general de Integración de los Inmigrantes del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales organiza vuelos para repartirlos por ciudades en la península.

Del aeropuerto, un autocar vetusto de más de 20 años de antigüedad les ha llevado a la comisaría de La Verneda, donde se encuentra el centro de internamiento de extranjeros. Pero este grupo de 25 sólo pasa 15 minutos ahí, lo que tardan en registrarse. Otro autocar, éste nuevo y fletado por la delegación catalana de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), les lleva a un albergue en Barcelona. En la esquina de Bruc y Caspe, donde se encuentran las oficinas de CEAR, se han parado un momento para recibir ropa, calzado y material de aseo, momento que aprovechan para estirar las piernas.

"Tendremos cama en el albergue para 15 días", comenta Moussa, que dice que viene de Angola. "Lo aprovecharemos para encontrar trabajo, que es lo que queremos hacer, trabajar. Sabemos que es difícil, sin papeles, pero somos fuertes y tenemos ganas".

Sonríen, saludan, estrechan la mano. Aunque todo es nuevo y una ciudad grande puede parecer hostil a primera vista, dicen estar muy contentos. "Hemos sacrificado nuestra vida ahí para conseguir algo aquí. En Gambia, la vida es muy dura, imposible casi. No teníamos otra elección", cuenta Dialo, que intenta olvidar el calvario para llegar a Canarias. "Cruzamos Mauritania y Marruecos. Ahí teníamos que lograr una patera. Nos pidieron 1.500 euros", añade.

Sentirse libres

Y de ahí, finalmente, a las playas de Fuerteventura, en una de las tres pateras con más de 100 subsaharianos que llegaron entre el 8 y 9 de enero. El día 23, les trasladaron a un centro de acogida en Las Palmas de Gran Canaria. Y de ahí a Barcelona. "Ahora, nos sentimos como libres, aunque realmente, desde que estamos en España, todo el mundo nos ha tratado muy bien", insiste Doudou.

Elogian a las cuatro jóvenes catalanas que los recibieron a la salida de la comisaría. Son las chicas de la CEAR que colocan el colchón de humanidad para que la llegada no sea aún más dura y para evitar que al salir de la comisaría acaben en la calle sin saber dónde ir ni qué hacer.