Las reincidentes detenciones de miembros de ETA, unidas a los golpes atestados a la infraestructura económica y política de la banda en los últimos años, deberían ser motivo de alegría. Podríamos pensar, usando el trabalenguas de la simpática Mafalda, que el conflicto vasco (así lo llaman algunos de los que precisamente lo han creado) está en el principio del acabose. Ya veremos. El hecho de que una ideología se haya apoyado durante décadas en prácticas terroristas con el beneplácito de sus adoctrinados incita a pensar que la raíz del problema está menos en las ideas políticas que en una soterrada pulsión por hacer daño. Rescatando a Hannah Arendt , algunos se han acostumbrado a banalizar el mal.

Desde sus orígenes, el hombre ha matado por impulsos arbitrarios: por dinero, por alcanzar o mantener el poder, por fanatismo religioso, por venganza, por alimentar el espectáculo, por celos, por el afán de conquistar territorios o incluso por pasar el rato .

Afortunadamente, entre asesinato y asesinato nos ha dado tiempo a inventar la rueda, descubrir la penicilina o fundar hospitales y casas de acogida. De alguna manera había que compensar. Y así, donde brota un Mengele brota también un Alexander Fleming . Alemania nos dio a Hitler pero también a muchos Schlinders anónimos. Rusia nos dio a Stalin pero también a Dostoievski . El País Vasco ha amamantado a ETA pero también a numerosos ciudadanos vascos que luchan valerosamente por liberarse de la dictadura del terror que les ha tocado vivir. Estos últimos, más que nadie, merecerían que el principio del acabose esté a un solo paso del final definitivo.