Al Papa, por descontado un personaje curtido, no lo traiciona un músculo de la cara. No se inmuta. El papamóvil acaba de separarse de la catedral y son las ocho de la mañana y como estaba previsto decenas de homosexuales se han besado a su paso, como si el mundo fuera a acabarse y este fuera el último beso; y aunque el Papa, que en el oscilar metódico de su cuerpo --un saludo a la izquierda, uno a la derecha, uno a la izquierda, uno a la derecha-- aunque es evidente que el Papa ha tenido que registrar el dato --hombres besándose, hombres besándose para él-- el protocolo es el protocolo y lo impasible es lo impasible.

A FAVOR DEL ABORTO Y, sin embargo, los homosexuales se han besado para el Papa, y cuando el papamóvil pasa de largo los ignorados lo despiden al grito de fuera: "¡Fuera, fuera!" Que, por un momento, es lo que más se oye en la plaza de la Catedral, lo que retumba por encima de los vítores y las rimas hechas para mayor gloria del Pontífice.

La de los homosexuales fue no solo la primera de la jornada, sino la más sonora de las protestas de ayer contra el Papa. Y probablemente la más nutrida. A la altura estuvieron solo las feministas, que se juntaron en la plaza de la Universitat, que desde allí caminaron hasta la calle de Pau Claris y que al paso del papamóvil abuchearon, gritaron e increparon a su ocupante a favor del aborto y de la libertad sexual. Por lo demás, no hubo desmanes de los antisistema y entendieron los okupas que no valía la pena madrugar, y a ningún colectivo se le ocurrió hacer sangre con el escándalo que mayor indignación ha repartido: el de los curas pederastas.

Descartada la maratón de protestas, la disconformidad con el Papa y con la Iglesia fue cosa de expresión personal. Por ejemplo: un hombre disfrazado de demonio con un estandarte con el número del anticristo, el 666; un vecino que se pasó la mañana asomándose al balcón para gritar: "¡No existe Dios!"; y cuatro muchachas que se pasearon por el barrio vestidas de religiosas, proclamándose con una pancarta las monjas casquivanas.

La ciudad fue bastante respetuosa con el Papa. Ni siquiera cuajó el llamamiento a un desnudo colectivo. Pero el Papa es un hombre curtido: de haberse topado con una exhibición genital, ni un músculo se le hubiera movido.