Llegué a Cáceres en el año 89. Estudiante, pobre y sentimental, tenía la sensación de que las piedras de esa ciudad se alimentaban con los huesos de gente como yo. Y así habría sido en mi caso si no llega a aparecer la familia Bravo-Ojalvo que, sin conocerme en absoluto, me acogió en su restaurante El Puchero , recién inaugurado. Allí estuve dos cursos. Gastaban técnicas de empleo tan elegantes y humanas que entré como camarero y salí como amigo incondicional. Luego la vida me alejó de la ciudad y de aquella familia, aunque juro por la pierna de Villa que siempre planeé volver y decirles cuánto significaron para mí. Esta semana he vuelto. Fui invitado al Gran Teatro de Cáceres a escuchar una conferencia en la que se les proponía a los jóvenes empresarios tácticas para salir de la crisis. Las tácticas no me quedaron muy claras pero me maravilló lo bien aderezado del espectáculo. Tan moderno. Tan americano. Road-Show se llamaba, aunque los conferenciantes eran un gallego y una brasileña y estaba organizado por la escuela extremeña de empresas, es decir, la Extremadura Business School. Y, sin embargo, las que allí se dijeron eran palabras muy antiguas. Tan antiguas que están tomadas de Bertrand Russell , de Linyutag. Apostar más por las personas y menos por la cuenta de resultados. Es decir, lo que llevan dos décadas haciendo los del Puchero. Bueno es recordar/ las palabras viejas/ que han de volver a sonar, escribió Machado . Fueron tan innovadores que en vez de llamar a su negocio Cooking-pot lo llamaron El puchero . Con un par. Ahora son más de cien empleados y una decena de empresas. Al salir del teatro fui al restaurante. Mis dos amigos, Bravo y Ojalvo, habían muerto. Volví a casa. Más viejo, más yermo, más huérfano.