Puerto Hurraco no es la España negra, ni la verde, ni la colorada... Puerto Hurraco es un pueblo al fondo, siempre al fondo. Una aldea de medio centenar de casas y 140 habitantes que se camufla en la falda de una montaña pelada y, esta sí, negra.

La alcaldesa pedánea, Maribel, se empeña en dejar claro que allí viven 11 niños en edad escolar que cuentan con seis ordenadores en el colegio, que casi todos los jóvenes tienen su propio ordenador en casa con Internet, que en la biblioteca hay otro ordenador con acceso a la Red, que en el pueblo hay 20 ordenadores... A Puerto Huraco también ha llegado el bálsamo informático. Parece como si con muchos ordenadores se pudiera dulcificar la memoria.

Hay otros datos que demuestran mejor que la informática la buena salud del pueblo. Por ejemplo, que ninguno de sus vecinos se fuera tras la tragedia, sino que por el contrario se han construido cuatro viviendas de protección oficial y se van a levantar otras cuatro. Por ejemplo, que varios de los heridos en la matanza de 1990 sigan regresando cada agosto a veranear. Por ejemplo que al pueblo acudan cada temporada unos 20 inmigrantes para hacer la campaña de la aceituna.

LA HORA DE LA SIESTA En realidad, Puerto Hurraco es una calle, la calle, la famosa calle Carrera, empinada, en cuesta, sin salida y con casas encaladas alrededor. Aquí, el callejón por donde irrumpieron los hermanos Izquierdo. Abajo, la casa donde se quemó su madre, en el número 9. Está tal y como quedó tras el incendio: las persianas derrumbadas como un acordeón descuajaringado, los muebles y los colchones negruzcos. Parece un recordatorio: cada vez que un vecino entra o sale del pueblo, ha de pasar por la casa.

Los vecinos se muestran más indiferentes que hostiles. "Por el pueblo no va mucha gente. Pregunte usted por ahí y ya verá como no hay curiosidad. Da impresión y se pasa de largo, nadie se asoma", comenta Ramón junto a la cooperativa de Monterrubio. Un profesor de Castuera, una joven de Campanario, dos señores de Monterrubio... Ninguno conoce Puerto Hurraco. "Sólo de pasar por la carretera", comentan.

Monterrubio forma también parte de la geografía de la tragedia. En la cola ante la cooperativa de consumo, Jerónimo Izquierdo apuñaló a Antonio Cabanillas. En el número ocho de la calle Constitución vivieron los hermanos Izquierdo y de aquí partieron camino de Puerto Hurraco aquel 26 de agosto. En el bar Cuatro Esquinas jugaban a las cartas. Pero por aquí nadie se acuerda ya de eso. O prefiere no acordarse. "No, no creo que vaya a ver la película a Don Benito. Esperaré a que salga en vídeo", apunta un joven en la plaza del pueblo.

La Serena es una llanura con final. Es grande, grandísima, inmensa, pero siempre hay una sierra marcando el horizonte. Dicen que el nombre le viene del árabe serna (llanura). Otros apuntan que se debe a Lucio Sereniano, el acaudalado propietario romano que mandó construir las termas de Alange. A esta tierra llegaron los Izquierdo en el siglo XIX. Cuando alboreaba el XX, aparecieron los Cabanillas. Por aquí siguen. No reniegan de su tierra. La ruta de la tragedia nos lleva a Castuera. En la plaza está la sede de la mancomunidad. Aquí trabaja María del Carmen Cabanillas, la niña que sobrevivió. Vive en Zalamea, está casada, tiene una hija de seis años y espera otra.

Castuera es un pueblo rico que deja atónito al visitante recibiéndolo con un reactor colocado en la rotonda principal. Parece un pueblo de las Ardenas, donde en cada glorieta hay un tanque. Buscamos la estación de ferrocarril, una atalaya sobre la llanura. Es pequeña, coqueta, silenciosa, llena de pájaros y animada por un balar lejano de ovejas. Desde la estación de Castuera partieron dos días antes del crimen las hermanas Izquierdo camino de Puertollano.

El ferrocarril llega a Cabeza del Buey por la cara norte de la sierra de la Rinconada. Este pueblo es el último de la ruta. En él vivió Emilia, la sexta hermana de los Izquierdo, hasta hace dos años, que falleció. Los Izquierdo y los Cabanillas siguen viviendo en la Serena y no pasa nada. Antonio y Carmen, los padres de María del Carmen, habitan aún una casa en la parte alta de la calle Carrera de Puerto Hurraco. Nadie se ha ido, tampoco ellos, de este pueblo pequeño que no es negro, ni amarillo, ni rosa, sino un pueblo extremeño con sus ordenadores, sus viviendas baratas de la Junta y su población triplicada en verano. Sólo esa casa quemada, que sigue igual después de 15 años, obliga a recordar cada día que aquí comienza la ruta de la tragedia.