Amontonados en un pequeño ático de la calle Geoffy Marie, cerca de la Opera de París, un puñado de periodistas libra cada día un pulso contra los enemigos de la libertad de expresión. En el bullicioso despacho de Reporteros Sin Fronteras (RSF) no hay corbatas, ni letreros en las puertas con los cargos de los inquilinos de cada cubículo. De hecho, casi no hay puertas. Tampoco hay protocolo alguno. En su trinchera no hay tiempo ni lugar para lo accesorio. Son conscientes de que el suyo es un combate desigual, pero se entregan a la batalla con entusiasmo juvenil y la convicción de defender una causa justa.

Cada mañana, a las 10.30 horas, todos acuden a la sala de reuniones. Para acceder a ella hay que pasar delante de un gran tablón de madera donde figuran los nombres de los 130 periodistas encarcelados en todo el mundo y el país que les ha arrebatado la libertad. Ese tablón es su hoja de ruta. La razón básica de la sesión matinal, en la que el responsable de cada área --América, Europa, Asia, Oriente Próximo y ciberespacio -- informa de los avances, o retrocesos, en la investigación que esté llevando a cabo.

Jean Fran§ois Julliard dirige la reunión. El y el director, Robert Ménard, son los veteranos. La media del resto de los 25 trabajadores no llega a 30 años. Estos días andan atareados para protestar por el asesinato de Anna Politkóvskaya, a la que conocieron cuando acudió a la oficina de RSF para denunciar las amenazas de las que era objeto. "Estamos especialmente unidos cuando ponemos en marcha nuestra faceta activista", comenta el responsable de comunicación, Cédric Gervet.

Pero esta no es la única función de RSF. Ménard recuerda que son "centenares" las personas que reciben ayuda de la organización. "Pagamos abogados, médicos, enviamos dinero a las familias, ayudamos a renacer a medios destruidos por una guerra", resume. En esta oficina, dominada por el color rojo --una elección estética del decorador sin más connotación, aseguran--, el momento más emotivo se produce cuando una ficha es retirada del tablón de madera. Significa que se ha ganado una batalla. "Cuando un periodista que ha sido secuestrado o encarcelado viene a vernos para agradecernos nuestro trabajo todo el mundo deja lo que está haciendo, es muy gratificante", dice Gervet.

La salida de la imprenta del libro que cada año edita RSF --con lo que se financia algo más del 50% de los 3,8 millones del presupuesto anual-- es también una fiesta. Incluso el esfuerzo de organizar una cadena humana para subir los 100.000 ejemplares por la estrecha escalera que lleva al sexto piso donde trabajan estos guardianes de la libertad.