En el cine, las mujeres violadas acostumbran a llorar en la ducha. La imagen, casi un lugar común, siempre estremece porque ilustra con acierto la necesidad acuciante de sacarse de encima el olor y los restos del hombre que acaba de violarlas. Esto ocurre en el cine, pero en la vida real no debería ocurrir. Porque por el desagüe de la ducha también se van casi todas las opciones de capturar y condenar a su agresor.

Lo que la sociedad le pide a una mujer justo después de ser violada no es algo sencillo. Porque aunque sienta la necesidad de sacarse de encima el olor del hombre que acaba de acorrarla, eso es precisamente lo que no debe hacer. No puede ducharse, no puede cambiarse de ropa y tampoco puede, a ser posible, miccionar ni defecar.

Víctimas especiales

La cabo Marta Ventas, de la Unidad Central de Atención a las Víctimas de los Mossos d’Esquadra, ha visto lo difícil que es para las mujeres seguir estos pasos. Pero sabe también que resulta más frustrante que el violador quede en libertad.

Conscientes de la vulnerabilidad que rodea a cada víctima de un asalto sexual, Ventas explica que todas las comisarías de los Mossos tienen "instrucciones" claras para atenderlas. A ellas, las reciben directamente "los investigadores" que llevarán su caso. Esta no es una cuestión menor, porque minimiza "la victimización secundaria" que implicaría obligarlas a repetir una y otra vez lo ocurrido. Además, si la declaración se toma durante las horas inmediatamente posteriores, recordarán cosas que "luego se olvidan". "En estos detalles a veces está la clave", avisa Ventas.

La esencia del violador

Notar el olor y la presencia del agresor no es algo que esté solo en la imaginación de la víctima. Literalmente, sigue ahí. Sus restos son los que se buscan durante el examen forense que se lleva a cabo justo después de presentar la denuncia. Tampoco es agradable. Se practica un raspado del vello púbico (para encontrar pelos de él), se toman muestras de la vagina (para localizar semen) y se comprueba si hay desgarros que indican la existencia de una penetración por la fuerza, se busca dentro de las uñas (a veces aparece piel del agresor si ella le arañó para defenderse) o se toman fotografías de todas las heridas. Este examen no solo permite identificar al agresor -en caso de que sea un desconocido-, también puede demostrar científicamente que la agresión ha existido.

Mientras los médicos buscan en el cuerpo de la mujer, los investigadores lo hacen en el lugar de los hechos, aclara Ventas. Sobre el terreno "recogen muestras de semen o de sangre", si las hubiera. E inspeccionan ocularmente el espacio para comprobar si da pistas sobre lo que allí ha sucedido. El grado de desorden, por ejemplo, puede indicar que ha habido forcejeo.

El riesgo

Los Mossos, al recoger una denuncia de este tipo, llevan a cabo "un análisis de valoración del riesgo" que corre la víctima a partir de entonces. Si existe peligro de que pueda ser nuevamente atacada, "sin necesidad de que lo dictamine un juez", la policía catalana activa medidas de protección.

Por último, enumera Ventas, se informa a la mujer sobre qué entidades especializadas pueden ayudarla a recuperarse anímicamente y se le dan algunos consejos "de autoprotección" para minimizar el riesgo de ser atacada nuevamente.

Aquí termina un día que hubieran deseado no tener. Pero así empieza también el camino más corto para que el culpable lo pague.