TSti el tiempo no lo impide y la autoridad lo permite, hoy se celebrarán en todo el mundo manifestaciones pacíficas en protesta por el modo en que los políticos manejan nuestras vidas, es decir, nuestros dineros. Yo, ya lo he escrito alguna vez, simpatizo con el movimiento 15-M por lo que tiene de pitufo gruñón, de mosca cojonera, de pepito grillo. Algunas de sus propuestas me parecen razonables y acertadas, como la eliminación de los privilegios de la clase política o el control sobre las entidades bancarias, pero, si me lo permiten, voy a apuntar una idea que creo se les ha pasado por alto.

Yo exigiría a nuestra democracia una vuelta de tuerca, una sutileza fruto de tres décadas de experiencia democrática. Exigiría que, ocurra lo que ocurra el 20-N, no nos gobierne el partido ganador sino el segundo. Hasta los demócratas más torpes nos hemos percatado de que los políticos, cuando ganan las elecciones, se adocenan, se amuerman y les entra como una modorra mental que los incapacita. Sin embargo, basta colocarles en el sillón de los opositores para que el ingenio se les agudice y en la lengua les nazca un cura.

Casi treinta años hemos tenido por aquí a señores y a señoras en sillones de alto copete sin que dieran ocasión a que adivináramos para qué servían, hasta que han llegado a la oposición. El poder es una enfermedad que atonta. La oposición, sin embargo, los sana, devuelve al político su inteligencia dormida y, entonces sí, empiezan a descubrir sensatas maneras de crear empleo, se les afina el olfato de destapar corruptelas, se les agudiza el ojo de detectar enchufismos. La oposición es ese valle ideal en donde todos los votantes somos hermanos. Lástima que al ascender al poder solo le interesen los primos.