TEtstoy convencida de que no tardaste mucho en empezar a hablar. Pareces despierto. Te imagino de pie en tu cuna, señalando con el dedo el mundo que empiezas a descubrir. La realidad se va conformando al ritmo de tu voz, y aparece mamá, qué fácil pronunciar la eme, y papá, y nene, y el oto. Así, poco a poco, levantando cimientos de palabras, monosílabos primero, luego bisílabos hasta construir un andamio increíble en la primera frase. No sé si te leyeron cuentos. No te gusta mucho leer, y eso, como el amor a una lengua, se va cimentando también desde los primeros años. Pero sí fuiste a la escuela, y te enseñaron a escribir, la o, tan redondita, la i, con su punto, esa hache que te parece tan inútil.

Has crecido sin libros, salvo los obligatorios, y a veces ni eso. Te han acunado con pasión de gavilanes, los serrano, un poquito de por favor, qué pasa neng. Tampoco es malo. Has aprendido frases por imitación, como cuando eras pequeño. He corregido muchas de tus patadas al diccionario. Casi todas, porque dices que no escribes nada fuera de clase, salvo en el chat, y ahí no se siguen reglas, ni en los móviles tampoco, qweno. Te ríes siempre que explico que la ortografía y el buen uso de la lengua sirven para que podamos entendernos. Crees, como muchos, que no son más que reglas sin sentido. Pero no te ríes ahora que entras sin aliento y me gritas que larvania a jocicao. Y te enfadas porque hago que lo escribas, la arvania a jocicao. O sea, que la Albania se acaba de partir los morros. ¿Te das cuenta ahora de que la comprensión de un enunciado depende de su corrección lingüística?

¿Lo que? Pues eso.