Y van dos. La semana pasada fue Aznar y su dedo el que se coló en mis pensamientos, esta ha sido la charla, acompañada de una caña, a la salida del trabajo. Dejo mi idea inicial y me sumerjo en la conversación en la que hace unos minutos he participado. La política de hoy y de ayer; la diferencia entre unos tiempos y otros. El afán por construir y el deseo único de ganar. No es la primera vez que llevo a este último rincón del periódico asuntos que hablan del hacer, del querer y del poder, pero qué quieren, la transición me llama, con ella me formé en esto de ver y contar las cosas que pasan, y, sin remedio, siendo hija de la transición moriré.

¿De qué hemos hablado? Casi de todo. Con la chispeante verborrea de un viernes a la salida del trabajo, acabamos sumergidos en aquella etapa de la primigenia democracia en la que todo estaba por inventar. Entre sorbo y sorbo pensaba en aquellos años en los que, cómo decía Serrat , aún tenía veinte años (apenas tres más) y aún creía en los dioses. Todos creíamos, nada era imposible, solo era cuestión de seguir andando, un paso, y otro, y aún otro más. Tiempos de fructífera inocencia en el que todo se reducía a caminar, seguros de que alcanzaríamos el objetivo. Y se alcanzó a pesar de las intrigas de quienes no querían que avanzáramos.

Aquel tiempo acabó y ahora- Ahora, ¿no estamos en una nueva transición para la que es necesario renovar la piel ya gastada? Sobre eso también versó la charla en el bar. Quitarse este traje que nos encorseta y no deja de soltar la pelusa de la desidia y el desinterés, y ponernos todos, políticos y ciudadanos, otro brillante que permita reinventarnos. Sería hermoso volver a sentir que las ideas, los deseos y las acciones tienen otra vez el objetivo de construir la sociedad que necesitamos. Es tan solo cuestión de querer. ¿Queremos?