TUtn amigo de Alcántara me ha regalado dos docenas de huevos de sus gallinas, una bolsa de pepinos y otra de calabacines gigantes. Con los huevos me estoy preparando unas tortillas muy amarillas y apetitosas, con los pepinos alegro mis gazpachos y los calabacines protagonizan salsas exquisitas que convierten la humildad de patatas, macarrones y judías verdes en lujo de sibaritas. Extremadura es así, llega el verano y a base de pistos, sopas frías, ensaladas y macedonias puedes convertir cada comida en una fiesta.

El problema son los pájaros golosos, que también quieren disfrutar del festín de los veranos. Los hortelanos extremeños procuran ahuyentarlos, pero es tarea ardua. En vista de que hasta el gorrión más novato se ríe de los tradicionales espantapájaros, se han inventado métodos menos líricos como las explosiones temporizadas. Pero tampoco es la solución: los pájaros son muy listos. Al final, cada agricultor se las arregla como puede. Mi amigo de Alcántara, que es un campesino muy letrado, ha ideado un ingenio la mar de curioso. Se trata de una radio que coloca bajo sus frutales conectada con la COPE y con el volumen a toda pastilla. De ella parte un cable que llega hasta su porche. El se sienta en la mecedora y se balancea leyendo a Salinas. Acaba un verso trascendente, lo degusta, observa los frutales, repara en una bandada de estorninos que picotean lujuriosos brevas y melocotones, conecta la radio de improviso, grita Jiménez Losantos y los pájaros escapan aterrorizados. Es infalible.

*Periodista