"¡Dios mío!" fueron las primeras palabras que pronunció el papa Benedicto XVI en Alemania cuando, al abandonar el avión, un inesperado golpe de viento le golpeó en la cara y le arrebato el solideo. Con la cabeza descubierta y su blanca cabellera al viento, el Pontífice bajó las escaleras sin apoyarse y tras completar el descenso no besó el suelo como hacía su antecesor, Juan Pablo II, del que es un ferviente admirador pero del que también desea diferenciarse. Ratzinger dijo después que se sentía "muy emocionado" de encontrarse en Colonia, una ciudad donde trabajó para el episcopado y a la ahora le ha conducido, casualmente, porque se trataba de una visita que programó el papa Wojtyla, su primer viaje al extranjero.

Tras saludar a las autoridades alemanas, Ratzinger rompió el protocolo y se acercó hasta los jóvenes que fueron autorizados para ubicarse en una zona próxima. No obstante, a pesar de que los reunidos no cejaban de gritar "Benedetto, Benedetto", el Papa no hizo ningún gesto llamativo, haciendo gala de una discreción ajena en su predecesor polaco.

A continuación se trasladó al Arzobispado de Colonia, su residencial oficial, y de allí, con una modesta caravana, se dirigió hasta el puente donde estaba atracado el barco con el que iba a surcar el Rhin. En la cubierta, el Papa recibió a jóvenes representantes de los 190 países presentes en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ).

El Papa daba muestras de alegría, pero se mantenía reservado, por momentos casi ausente, aunque se le vio muy emocionado durante los contactos personales con los jóvenes.