TLtos veranos son tiempo para el exceso. Un verano sin máximas es un despropósito, un no ser. En cuanto empiezan los trentaytantos celsius el cuerpo se dispone al subidón y al dale alegría macarena, que viene a ser el resumen de los aconteceres veraniegos. Según avanza el estío, las enormidades se incrementan en número y variedad y ya rozando la medianía de agosto los desafueros se convierten en verdaderos frutos estivales, más aún que tomates y sandías, los cuales, por cierto, también tienen en agosto récord que cumplir: el más grande, el más rojo. Puede que esas demasías acarreen algún accidente, incluso mortal, que sin embargo, no acabarán con la afición del personal a exagerar en verano, porque, vamos a ver, todo tiene su riesgo, nada tanto como la vida nos acerca a la muerte y para eso, mejor acercarte dando a tu cuerpo alegría. Si te gusta mostrarte en pelotas, michelines fuera. Que tienes ochenta y tantos, pues mejor, más pellejo y más exceso. Luego atragántate con la paella más gigante del litoral o consume decenas de kilos de gambas a la plancha, lo que quieras, cariño, que es agosto y el verano es el reino de la profusión y el súmmum. Si eres finlandés, aguanta en la sauna, tío, hasta que el rival sucumba. Si turista en baleares, tírate al agua desde el balcón de tu apartamento, verás cómo corre la adrenalina alegrándote el cuerpo más que el éxtasis y el whisky, después, en el hospital, ya sabes, que te quiten lo bailao. Si por tu condición de apocado no consigues hacerte un hueco con estas cosas, no llores. Porque el récord absoluto y definitivo consiste en sobrevivir al espanto playero-familiar, moscas incluidas. Está al alcance de cualquiera.