Ayer en la jienense Linares se vivieron los prolegómenos de la corrida con una tremenda emoción. Salieron los toreros al ruedo en medio de una atronadora emoción y, tras el paseíllo, se guardó un minuto de silencio. Hacía justo sesenta años que, en ese mismo ruedo y en el lugar en el que se depositó un ramo de flores, caía uno de los toreros más importantes de la historia; el de más acendrada personalidad, el padre del toreo moderno, el que consagró la faena en redondo, la que él fue capaz de hacer a casi todos los toros en una época en la que el toreo que hoy admiramos, el toreo ligado, era una excepción.

Había que estar ayer en Linares y estuvimos. Después, la corrida resultó decepcionante, porque decepcionante fue el juego de los toros, mal presentados y todos, sin excepción, muy a menos. Sosos hasta decir basta, blandeaban y tomaban el engaño a regañadientes.

Con tan mal ganado Enrique Ponce construyó a su primero una faena decorosa. El quinto se lastimó al derrotar en un burladero y acabó de estropearse al clavar los pitones en la arena y darse una costalada. Lo intentó el valenciano sin poderse lucir.

A Alejandro Talavante le tocó la banda el pasodoble Manolete durante su primera faena. Tenía el detalle un porqué, pues resaltaba el toreo vertical y de extrema quietud del torero extremeño. La faena fue muy a tono con la desigual condición del astado. El sexto se lidió en medio de la oscuridad de un coso de deficiente iluminación. Fue ese un toro deslucidísimo, muy distraído y al final rajado. Lo intentó Talavante sin lucimiento.

Y de El Fandi es muy difícil describir sus faenas por lo anodino de las mismas. Tiene voluntad de agradar y llega a los tendidos. Así pudo pasear dos orejas de muy poco peso.