TEts difícil reflexionar sobre el Día de Extremadura sin caer en la tentación de algún tópico sentimental sobre el terruño. Y me es personalmente muy complicado hacerlo puesto que no soy extremeño, aunque ahora cumpla casi dos décadas viviendo en esta tierra. Lo cierto es que la sociedad extremeña ha vivido una suerte de madurez, de auténtica mayoría de edad. Prueba de ello es esta próxima reforma del Estatuto de Autonomía fruto del consenso y de la suma de la inteligencia de personas en las antípodas ideológicas. Eso no quiere decir que no haya señoritos. No son los latifundistas de antaño, pero conservan los resabios autoritarios de épocas pasadas. También ha aparecido una nueva clase social al albur del poder político (de cualquier signo) que se sustenta agitando plumeros y tocando fanfarrias y trompetas a la llegada de los gerifaltes de turno, a los que ofrecen su hipersalivación. Nuevos problemas para nuevos tiempos, en una sociedad que sabe al menos lo que no quiere y que resiste el envite de la crisis con más arrestos que otras comunidades. Probablemente, porque aquí la crisis sea endémica. Extremadura es un pueblo que llora mientras canta, pero también un hervidero de gentes llenas de inquietud y con ganas de hacer cosas. Lo mejor de esta región son sus habitantes, por encima de leyes, estatutos y demás parafernalia. Me gustaría que un día la Medalla de Extremadura se la dieran al Pueblo extremeño. Aunque al ritmo que vamos cualquier día nos la habrán dado ya a todos. Refrán: Ay, Extremadura, campo de toros heridos que no cantan...