Richard Bendeña se monta en el coche con una cámara de vídeo. Superando las barreras policiales con una identificación de prensa va a comprobar los daños que el Katrina ha causado en sus propiedades. En 15 años de trabajo, ha levantado un negocio inmobiliario en Nueva Orleans: siete casas que él ha construido y que ahora alquila. Hace dos años se liberó de la losa de hipotecas y bancos. "Por fin empezaba a tener dinero". Ahora, el viento o el agua pueden ser sus mayores acreedores.

"Hay posibilidades", se repite conforme se acerca a la ciudad. Ha visto calles convertidas en ríos, tejados que ya no están e interiores hasta hace poco ocultos tras paredes. Pero también ha visto una autopista y construcciones que han aguantado casi perfectamente al viento, al agua y al pillaje. "Hay posibilidades", repite.

Siete viviendas de alquiler

Su primer destino no está en sus siete casas de alquiler. Lo más importante es su hogar en la calle Esplanade, a unas manzanas del barrio francés, donde vivía con un hijo de 3 años y su mujer, que le espera en un hotel de Baton Rouge, su refugio la última semana y del que se tienen que mudar a casa de un amigo en Lafayette porque, como todos los hoteles, moteles y cámpings en cientos de kilómetros a la redonda, está a rebosar.

Richard y Jeanne se llaman cada 15 o 30 minutos. "No te preocupes más, esto se ve seguro", dice él, que se había ofrecido a llevar una pistola.

Paseando por su vecino barrio francés, Bendeña tiene esperanza. Conforme avanza hacia el oeste por Esplanade, la esperanza se encoge en un baño de aguas oscuras. Richard sigue intentando avanzar, pero la llegada de un vehículo anfibio acaba de ahogarle. "Imposible seguir hacia allí". Y aún quedaban ocho manzanas. Apunta el objetivo hacia el oeste, aprieta el botón rojo y graba su mensaje en este reportaje personal que prepara para su esposa: "Cariño, aún tenemos que esperar".

Richard no pierde los nervios. Aunque al aumento de los precios de los seguros en los últimos años le llevó a tomar la decisión de dejar algunas de sus propiedades sin póliza, la cobertura de su casa es total.

Empieza el recorrido por el Garden District, un poco más al sur. Richard no puede creer lo que ve. "Muchas de estas casas están perfectamente", dice conforme va haciendo un recorrido de comprobación por sus propiedades y las de sus familiares. "Tus chimeneas siguen en pie, hermano". "Sólo un árbol en el frente, suegro". En otra casa de la familia, las puertas de los garajes han sido forzadas.

Tras su peregrinaje, su balance es positivo. Pero está enfadado. "No tiene ningún sentido lo que está pasando. La gente está haciendo planes para empezar una nueva vida por lo menos durante seis meses, pero es porque no saben cuál es la situación real. Verás cuántas sorpresas agradables voy a dar a mucha gente", dice, arremetiendo contra la prensa por centrar su información en las zonas devastadas y no haber retratado la anarquía de la destrucción.

Chistes y vino

Quizá la racionalidad se imponga al impulso. Porque pese a los riesgos del agua contaminada, de la falta de luz y de un regreso que aumente el tráfico y dificulte los trabajos de rescate, hay un impulso. Lo tiene Richard. "Todo el mundo quiere volver a casa", afirma. Aunque otras familias, también de clase acomodada, ya han encontrado un nuevo hogar. Es el caso de los Porretto, informa Mercedes Hervás. "El lunes nos dimos cuenta de que nos habíamos quedado sin hogar y nos derrumbamos", dice Gaynell Porretto a The New York Times. Aun así, esta funcionaria y su esposo, Joel, policía jubilado, han podido alojarse en el Hilton de Lafayette al dejar su casa en Metairie, un suburbio de clase media de Nueva Orleans, donde el 87% de los vecinos son blancos y los pobres no llegan al 10%.

Provista de tarjeta de crédito y móvil, Porretto acudió a sus amigos en las instancias oficiales para lograr una nueva vivienda, a 200 kilómetros de la ciudad sumergida. El nuevo domicilio, alquilado por 500 euros al mes, está en Arnaudville.

La señora Porretto coincidió en el Hilton con muchos de sus parientes, ya que su familia pudo huir antes del Katrina . Mientras Nueva Orleans vivía escenas dantescas, los Porretto pudieron pasar sus veladas contando chistes y bebiendo vino en el vestíbulo del hotel.

Aunque se ha quedado sin empleo porque el juzgado donde trabajó 25 años ha cerrado, y se verá obligada a compartir su domicilio con su suegra y las cuatro personas que componen la familia de su hermana Kathy, Gaynell Porretto no se amilana. Lo primero es instalar la televisión. Después, tomarse una cerveza con Kathy, sacada de su nevera, que está a rebosar.