TDtádiva que se hace voluntariamente o por costumbre. Así definen la palabra regalo los de la Academia de la Lengua. El diminutivo, sin embargo, encierra un matiz envenenado. Por eso exclamamos ¡vaya regalito! cuando nos pasan un marrón de tamaño considerable. Hay gente a la que le gusta recibir presentes y quienes preferimos regalar, especialmente de forma extemporánea, sin que los villancicos nos amenicen o el calendario nos lo marque. Mis alumnos me regalaron una pluma azul, muy bonita, pero conste que lo hicieron después de haber puesto las notas, así que no ande nadie buscando corruptelas. En las últimas semanas nos hemos convertido todos en pequeños catedráticos de ética: en el bar y en la cola del pescado no hay quien permanezca callado para dictaminar hasta dónde llega el detalle protocolario y en qué punto comienza la compra de voluntades o la ´captatio benevolentiae´ del político. No sé si Rita Barberá tendrá razón y todos los políticos reciben ese tipo de obsequios caros. Si fuera cierto, podríamos organizar el gran pasatiempo del verano: una página web en la que cada político fuera apuntando qué ha recibido, cuánto costaba, quién se lo envió y, lo más importante, qué relación mantuvo su administración con el desprendido personaje antes y después del regalito. Pero de nada valdría descubrir toda la verdad si, al final, acabásemos olvidando y perdonando a los corruptos en las urnas. Si no entendemos que quien recalifica para sus cuñados o da contratas a amiguetes nos está robando tanto como un carterista, estaremos condenados a padecer a estos sinvergüenzas por los siglos de los siglos.