Son una treintena larga de hombres jóvenes y a pesar de todo se les ve serenos, aunque con la huella del sufrimiento en la mirada. Abarrotan una furgoneta de transporte público, de las que tanto abundan en Senegal, y esperan pacientemente que la variopinta cola para embarcar en el ferry que cruza el río Gambia se mueva de una maldita vez. Una etapa más del triste viaje de vuelta, del epílogo de la derrota, después de que el casco del viejo cayuco con el que intentaban alcanzar las Canarias dijera basta y el sueño europeo se desvaneciera a medida que el agua iba apoderándose de la nave

Rescatados por una patrullera mauritana y devueltos a Senegal, cruzan el país de punta a cabo --además de la franja de Gambia incrustada en la ruta-- para volver a la casilla de salida. Pero la partida no ha terminado. "Vamos a intentarlo de nuevo. Tenemos que hacerlo", afirma convencido, y ante el asentimiento general, Ibrahima Kalliou Kaba, un joven de 25 años que partió hace dos de Guinea Bisau para buscarse la vida.

En Diogué, en el extremo sur de Senegal, Ibrahima se dedicaba a ahumar y salazonar pescado para venderlo hasta que consiguió ahorrar los 500.000 francos CFA (unos 770 euros) que le costó el viaje. Como sus compañeros, se ha jugado cuanto tenía y lo ha perdido todo, menos el pellejo. Los 110 ocupantes del cayuco fueron rescatados con vida, tras ocho días en el mar. No siempre es así. "Supongo que, después de todo, hay que decir que hemos tenido suerte", ironiza.

Fode Dumbuya, otro guineano, tiene 27 años y malvive en Joallo (también en Casamance, la región sur de Senegal) cultivando una tierra que no es suya. "Planto tomates, sandías, berenjenas. El dueño del campo me da las semillas y, cuando cosecho, vamos a medias", explica. Tuerce el gesto cuando recuerda la experiencia: "No somos gente de mar, y hemos sufrido muchísimo. Había olas de cinco metros, que levantaban la barca y la dejaban caer". ¿Y ahora qué "Pues volveremos a empezar de cero".

Todos admiten que sabían lo que les esperaba. "Sabíamos que ha muerto mucha gente intentándolo, que iba a ser duro. Pero más duro es ver que no puedes alimentar a tu familia, mientras que los que tienen parientes que se han ido reciben montones de dinero", dice Fode Camara, de 30 años, guineano también. Lo que no parece que supieran es que, una vez en España, las cosas tampoco iban a ser fáciles para ellos.