TUtna mañana de agosto de 1974 un tipo tendió un cable entre las Torres Gemelas de Nueva York y estuvo andando sobre él durante 45 minutos. Aquel ejercicio de funambulismo cautivó al público que miraba desde la calle. El tipo se llamaba Philippe Petit y su acto fue calificado como el delito artístico del siglo (el británico Jamen Marsh se preocupó por rescatar aquella curiosa historia y plasmarla en el galardonado documental Man on Wire ). Y de aquellas fechas es también uno de los nombres que quedaron grabados en mi memoria: Renato . Era un tipo misterioso que llegó un día a mi pueblo y tendió un cable desde lo alto de la Iglesia de la Asunción hasta el final del parque. Y esperó a que llegara la noche. Cuando hubo oscurecido y la gente se arremolinaba expectante bajo el cable para ver qué ocurría, Renato se subió a una moto y haciendo equilibrios sobre ella cruzó aquel hilo de acero de lado a lado. Creo que todos los que nos encontrábamos allí tuvimos la sensación de estar asistiendo a un momento mágico. Tras finalizar su actuación pidió a los presentes la voluntad y desapareció, supongo que para seguir tendiendo cables en los pueblos con los que cruzar desde el cielo parques y plazas. A mí me pareció que aquel momento mágico duró muy poco. La magia buena suele ser fugaz. Ahora, mucho tiempo después, lo pienso y tengo la impresión de que últimamente todo está lleno de tipos que tienden cables para hacer extraños equilibrios sobre ellos. Pero ya nada es igual. Además ya no piden la voluntad, exigen que se tenga máxima voluntad. Y lo peor es que la magia mala suele durar bastante.