Tenemos un nuevo año por delante que se irá llenando de acontecimientos. Muchas desgracias y algunas alegrías. En estos primeros días en los que al teclear la fecha aún titubeamos al poner los dígitos, siempre miro al calendario con una mezcla de ilusión y temor ante lo que pueda traernos ese tiempo aún en blanco. El mundo está económicamente convulso, políticamente inestable en zonas sensibles, y socialmente abatido. Es la herencia de un 2010 en el que también hemos podido comprobar hasta qué punto está enfermo este planeta por nuestra inconsciente y egoísta forma de vida. Glaciares retrocediendo, perdiendo grosor en el norte el casquete polar, contaminación en el sur, huracanes aumentando su furia y lluvias devastadoras. Si a esto unimos la destrucción causada por terremotos como el de Chile o Haití, y el hambre que padecen millones de personas en decenas de países, nos encontramos con un panorama desolador.

Produce angustia ver los resúmenes del año que acaba. Poco me interesan las peleas de corral de algunos políticos; no son más que escenificaciones del ropaje electoral con el que permanentemente se visten. Lo que de verdad me desasosiega son todas esas cosas de las que les hablo. Me siento, veo las imágenes y me pregunto si algún día conseguiremos cumplir algunos de los objetivos del Milenio. Acabar con el hambre y con la mortalidad infantil, alcanzar para las mujeres los mismos derechos que los hombres en todas las partes del mundo o la consecución de los primeros resultados en una lucha conjunta contra el cambio climático. Quiero verlo. Quiero otro resumen distinto. Seguro que no será este año, ni el que viene, pero alguna vez tendrá que ser, de lo contrario, quizás, en algún momento ya no necesitemos calendarios.