TLta flor preferida de su mujer era el jazmín. Por eso, cuando ella murió podía sentirla presente llenando la casa de esas olorosas flores pequeñas y blancas. Las ponía junto a los retratos amarillos de un tiempo feliz y en compañía. Nada más abrir la puerta aquel embriagante perfume le llenaba la nariz. A veces llegaba a creer que no había muerto y que ella estaba allí, esperándole en el sillón para preguntarle cómo había ido el trabajo en la oficina. Aquella sensación engañosa duraba muy poco. Buscaba por las habitaciones donde estaban los retratos con las flores a sus pies. Pero ella y la gracia de sus labios no aparecían por ningún lado. La casa se le había llenado de nada. Y ya no sabía qué hacer con esa ingente cantidad de vacío.

Con el tiempo, de tantas miles de flores colocadas en las fotos del ayer, los marcos y los cristales se fueron impregnando. Así, la casa se transformó en un aromático y perpetuo espacio de olor delicado y sutil. Decidió comprarse un jazmín, pero la planta no generaba las flores necesarias para la liturgia de la que era oficiante. Así que, por las noches, se acercaba a los jazmineros de sus vecinos que sobresalían por muros y vallas para hacer una recolecta de flores con la que volvía a su casa para completar el ritual. Una madrugada fue sorprendido por la policía durante el hurto de jazmines.

--Son las flores que llevo a mi mujer cada noche, nada más, contestó disculpándose.

Entonces, camino del cuartelillo, se dio cuenta de que el mundo estaba vacío y su corazón lleno de paz. Refrán: Si amas llena de jazmines tus canas.