El embrujo de Shangai es un hijo al que Fernando Trueba quiere especialmente. La película le llegó de rebote. La iba a dirigir Víctor Erice, pero sus problemas con el productor Andrés Vicente Gómez frustraron el proyecto y el director de Belle Epoque se hizo con él. "No ha tenido mucha suerte, pero es de las películas que más me han gustado hacer. En el cine lo que importa es sacar lo que uno quiere con el corazón" afirma Trueba que viajó a Cáceres hace un par de semanas para recibir uno de los premios San Pancracio de cine, que concedió la revista Versión Original. Entonces se proyectó El embrujo de Shangai . Durante un encuentro con este diario, Trueba habló de la crisis del cine, de la guerra contra Irak, del arte... Su debut en 1979 con Opera prima le situó a la cabeza de lo que se denominó nueva comedia madrileña , pero su trayectoria lo separa de otros compañeros de generación: ha hecho musicales (Calle 54 ), una película insólita (El año del mono loco ) y ha ganado un Oscar (Belle Epoque ).

No puso pegas a que El embrujo de Shangai pasara por las manos de Erice.

--Si te encuentras con algo que te enamora no importa con quién haya estado.

La mayor parte de su cine está teñido por la comedia.

--He hecho cine de todo tipo. Me considero un director abierto. He dirigido comedias o películas que sin ser comedias tienen humor, pero también tristeza. El humor es parte de mi vida y yo digo más frases en broma que en serio. Hablar en serio es sospechoso, porque parece que quien lo hace esconde algo.

¿Con el tiempo ha aumentado su mirada cínica?

--No he sido nunca cínico. Soy ingenuo y optimista, y pienso que las cosas van a salir bien. Una amiga mía me dice que siempre veo a través de unas gafas rosas. Por eso conservo cierta inocencia, es algo que forma parte de mi carácter.

Y una parte de su cine se mira en el pasado.

--A mí me gustaría haber vivido en el pasado, ser un pintor impresionista del siglo XIX, haber viajado con Henry James. Siento nostalgia de épocas pasadas, no como las presentes, que te obligan a ir a manifestaciones porque unos gilipollas provocan unas matanzas. No me gusta el tiempo de hoy, la manipulación, las mentiras de Aznar, de Bush. Me gustaría ser contemporáneo de Monet, de Derain, de Pisarro.

Hemos caído de nuevo en la guerra.

--La evolución de los seres humanos es una lucha entre la razón, la cultura, la inteligencia y la sinrazón y la intolerancia. Las cosas se deben arreglar discutiendo. La violencia es para impedir una violencia mayor, pero es el último recurso.

¿Ha venido otras veces a Extremadura?

--Hace años estuve en San Martín de Trevejo para situar los exteriors de El año de las luces , basada en un suceso que le ocurrió allí a un amigo, pero finalmente no pudo hacerse y nos trasladamos a Portugal.

¿Cómo ve el cine español?

--El cine está hundido a causa de las plataformas digitales, que no han apoyado ni se les obliga a efectuar ese apoyo al cine. Las televisiones han degenerado hasta límites peligrosos. Ni los niños tienen programas decentes. La gente cree que las televisiones privadas pertenecen a determinados grupos, pero son de los ciudadanos que hemos cedido unos derechos con el compromiso de invertir, en el cine por ejemplo; de manera que tenemos que controlarlas y pedirles sean decentes. Esta decencia debería extenderse al Parlamento, donde no se hagan monólogos. No podemos dejar que los ricos hagan el mundo y se deje anestesiada a la ciudadanía. La televisión tendría que informarnos, educarnos y entretenernos; pero todo es una tómbola, concursos sin fin y se suministra una información digna de la Alemania nazi.

¿Y qué puede hacer el cine para mejorar el estado de las cosas?

--El cine contribuye poco. En mis películas me reprochan que no hago cine realista o social, pero yo retrato el mundo como me gustaría que fuera: creo en un arte que diga que un mundo mejor es posible. Yo estoy en el lado de los artistas payasos más que en el de los filósofos. La felicidad la han inventado los hombres. Cuando Monet pintó sus nenúfares pensaba si era posible ver algo bello al despertarse por la mañana. Esta es también la función del arte.