Si los 80 fueron los años del pelotazo y del glamur aeróbico y hiperproducido de las supermodelos -«no me levanto de la cama por menos de 10.000 dólares», decía Linda Evangelista al tiempo que armaba su mirada felina- y los 90 desembarcaron con Kate Moss, el heroin chic y el grunge domesticado, este 2017 bien podría abrirse paso como el año en el que las modelos internacionales se atrevieron a denunciar en tromba las vergüenzas que han apuntalado durante décadas el andamiaje del glamur -esto es: explotación laboral, abusos sexuales, racismo, sexualización de la infancia y presión por la juventud y la extrema delgadez- y que, con más fuerza que nunca, han marcado el orden del día de las conversaciones e inquietudes del circuito internacional de pasarelas que esta semana ha finalizado en París, aunque esta inquietud se traslada a otras como las de Milan o Nueva York.

Con los focos ya apagándose, puede decirse que nunca ha habido tanta diversidad racial, de género, tallaje y edad como en esta última temporada de desfiles, sobre todo en Nueva York. Sin embargo, aún es pronto para calibrar cómo ha funcionado el código que, tras el torbellino de denuncias recibidas desde principios de año, se vieron obligados a firmar en septiembre los dos gigantes del lujo LVMH y Kering, y por el que, entre otras medidas, se comprometen a no contratar a modelos con una talla inferior a la 34 ni a menores de 16 años para trabajos que representen a adultos; a exigir a las maniquís un certificado de salud; a que, desnudas, no se queden a solas con el fotógrafo; a que tengan un lugar adecuado para cambiarse y un canal para vehicular las quejas, y a que las menores estén acompañadas de adultos. «El silencio es violencia», decretó días atrás Ebonee Davis en un amplificador tan potentente como The New York Times y dejando tras de sí la pregunta de cómo es posible que las dimensiones de esta fosa séptica no se hayan conocido hasta ahora.

«Difícil» y «perturbada»

Dirán, y con razón, que modelos como Carre Otis y Karen Elson ya denunciaron haber sufrido abusos sexuales por parte de altos ejecutivos de sus agencias, pero ¿recuerdan? eran tiempos en los que este tipo de acusaciones apenas servían para colgar a las modelos el cartel de «difícil» o, directamente, de perturbada. ¿Y, con esos antecedentes, cómo iban a conseguir trabajo? Sin embargo, de un tiempo a esta parte, la conversación global sobre feminismo, precariedad laboral y diversidad, sumada al trabajo de Model Alliance, una suerte de sindicato de modelos, han puesto el foco en el cuarto oscuro de la industria. Y cabe decir que lo que se está viendo y documentando es bastante feo.

Para empezar: según un estudio de esta organización, cerca del 30% de las modelos han sufrido tocamientos inapropiados -«literalmente, el fotógrafo me agarró del pezón», ha denunciado, por ejemplo, Renee Peters- y han sido presionadas para mantener sexo en el trabajo, aunque, cuando se han atrevido a contarlo a la agencia, en dos de cada tres ocasiones no se consideró como problema. Además, nueve de cada diez chicas han acudido a castings o sesiones sin ser advertidas antes de que debían desnudarse. La casuística resulta aún más siniestra cuando la estadística escupe que más de la mitad de las modelos empiezan a trabajar entre los 13 y los 16 años, y que casi nunca van acompañadas de adultos.

Otro enemigo señalado con cifras es la despótica cinta métrica, considerado un «problema laboral». Según otro estudio de Model Alliance y Harvard, el 80% de las modelos están bajo el peso recomendado; el 62% ha recibido órdenes de adelgazar; la mitad se ha saltado comidas o ha ayunado, y el 9% se ha provocado vómitos para perder los gramos de más. «Debes beber agua las próximas 24 horas, tienes la cara y el abdomen hinchados», le soltaron meses atrás a Ulrikke Hoyer, talla 34-36, en un casting para un pase de Louis Vuitton.

El resultado, añade la organización, es que, paradójicamente, el 70% de las oficiantes de esa liturgia al servicio del consumo que es el glamur -y a las que imaginamos desayunando caviar en el Caribe y apurando a sorbos de champán la noche en París- sufren trastornos de ansiedad y depresión y, en muchas ocasiones, también acusan problemas económicos. «Pueden tener el armario lleno de ropa cara, a menudo recibida como único pago, pero no cuentas corrientes a la par», apuntaba días atrás la publicación Business Insider, la cual destacaba que mientras las 20 tops models mejor pagadas delmundo ingresaron el año pasado 154 millones de dólares, el grueso de la profesión de Nueva York, por ejemplo, facturó 48.000 dólares, cuando el salario medio de la ciudad alcanza los 144.716, según la Oficina de Estadísticas Laborales.

Jubilarse a los 25

Los ingresos, convendrán, no son para ponerse el chándal y salir corriendo, pero el hecho diferencial de esta profesión es que te jubila a los 25 años y te obliga a financiarte desde la ropa y las fotos hasta los hoteles y los vuelos.

Así que si tu carrera profesional no acaba de despegar, puedes acabar contrayendo importantes deudas con tu agencia, que adelanta los importes. «Si lo mismo ocurriera en otros trabajos, habría huelgas por todas partes y cada periódico ya se habría pronunciado», asegura Ekaterina Ozhiganova, una de las voces más sonoras de esta revuelta sindical que aún debe esclarecer su verdadero alcance.