TRtocío Jurado forma parte de mis primeros recuerdos adolescentes, de veraneos en Chipiona, de sabor a pescaíto frito, descubrimiento del mar, visitas al santuario de la Virgen de Regla y amores que finalizaban con la llegada de septiembre. Ahora que la intuyo en el dolor profundo, instalada en la enfermedad, quiero rememorarla en ese pueblo de Cádiz, en el chalé Mi abuela Rocío , con su hija, una niña vestida de blanco que jugaba ajena a todo y a todos, antes de ser pasto del papel cuché y los rayos catódicos. Era la primavera de mi vida y puede que el verano de la tuya. Todo el pueblo la conocía y Rocío se movía libremente por él, sin cámaras ni paparazzis. Habías tenido una gastroenteritis, una tontería. Nos cruzamos en el santuario de Regla. Mi madre te preguntó cómo estabas.

--¿Qué tal andas Rocío?

--Pos ya mejorsita , miarma .

Yo me morí de vergüenza entonces, pero aquello fue de lo más natural. El destino y el tiempo te hicieron compartir con tu interpeladora la tragedia de una enfermedad que nadie se atreve ni a nombrar. Ojalá Houston, Montepríncipe y una legión de médicos te hagan sentir mejor y curarte, como todos deseamos.

Pero todos acabaremos en un hospital por mucho Houston y mucho jet que tengamos. Yo sólo espero que en ese tablao que Frascuelo montó en el cielo estemos juntos un día. Ya se acabarán entonces los dolores y los salsarosa . Sólo tendremos tu voz que siempre recordaremos como una ola del mar de Cádiz. Refrán: Ay, Rocío, penita mía... ¡Cómo me gustan tus bulerías!