La Europa de los grandes cafés. El Cuadri y el Florián de Venecia que tanto inspiraron a Wagner. París: Picasso en Les Deux Magots, Braque en el Café de Flore, Baudelaire y Verlaine en La Closerie des Lilas, Sartre y Simone de Beauvoir en La Rotonde y La Coupole. Los cafés marrones de Amsterdam con su pringue de ginebra y su mugre de tabaco. Revolucionarios y príncipes mezclándose en el Museum y el Savoy vieneses. Cafés de la galería Vittorio Emmanuelle II, centros de la vida social de Milán desde 1877.

Todos esos cafés perduran y conforman la geografía europea del romanticismo cafetero, del buen gusto y el saber vivir. En la Península, hace un cuarto de siglo, los bancos y las hamburgueserías acabaron con los cafés. Sólo resistieron locales esporádicos: el Dindurra en Gijón, el Majestic en Oporto, el Derby en Santiago, el Gijón en Madrid, el A Brasileira en Lisboa, el Novelty en Salamanca... Sin embargo hay un caso en España que es único: Bilbao, donde el Iruña, el Boulevard y La Granja, los tres cafés históricos de la ciudad, han rechazado los envites de bancos y McDonald´s.

UNA NOVIA CACEREÑA El responsable de la imagen y dinamización de estos cafés bilbaínos se llama Marino Montero, tiene 53 años y en cuanto puede se viene a pasar el fin de semana a Cáceres, donde vive y trabaja Lourdes, su novia extremeña. Marino nació en Bilbao, fue obligado a estudiar Derecho, pero acabó convirtiéndose en animador infantil y dándole vida a un proyecto singular: Cafés de Bilbao.

Para entender la evolución de los cafés en España, resulta clarificador estudiar las historias cafeteras de Bilbao y Cáceres. En ambas ciudades, como en el resto de Europa y España, a mediados del siglo XIX la burguesía terrateniente, comercial e industrial necesitó lugares para el encuentro y el negocio y nacieron los cafés. En el año 1853 se inauguraba en la calle Pintores de Cáceres el café de la Esperanza. Mientras, en Bilbao, en 1871 abría sus puertas en el Arenal el café Boulevard.

En 1907, Cáceres conocía la apertura del café Santa Catalina, que pasaría por la plaza Mayor y Paneras antes de instalarse definitivamente en General Ezponda. En Bilbao, cuatro años antes se inauguraba el café Iruña y, curiosamente, al mismo tiempo, hacia 1907, instalaban el Iruña y el Santa Catalina una revolucionaria puerta giratoria. Siguiendo con esta historia paralela, en 1926 nacía el café La Granja en Bilbao y en 1936, el Jámec en la calle Pintores de Cáceres. Finalmente, en 1940, los cacereños estrenaban el café Avenida de la avenida de España.

Pero ahí se acaban los paralelismos. El café de la Esperanza desapareció enseguida y el Santa Catalina dio paso al hotel Europa en 1931. En 1972 cerraba el Avenida y el Jámec, que fue el que más resistió, murió en 1980. Ese mismo año, en Bilbao, un banco hacía una oferta a la familia Unzué por su café Iruña, pero Iñaki Aseguinolaza, un romántico de los cafés históricos, los convencía para que resistieran la tentación y por algo menos de dinero les compraba el Iruña, lo rehabilitaba con artesanos y comenzaba una epopeya cafetera única en España.

Iñaki se asoció con otros pequeños empresarios y compraron los otros dos cafés clásicos de Bilbao: La Granja (1984) y el Boulevard (1989). "En los 80 nadie se creía que esos grandes locales de más de 300 metros cuadrados y mucho personal pudieran funcionar, pero funcionaron y hoy, los bilbaínos llevan a sus visitas a verlos como un atractivo turístico más", explica Marino.

Para este cacereño de fin de semana, el secreto del éxito está en la dinamización cultural y lúdica de los cafés y en su conversión en punto de encuentro de Bilbao. Repasa algunas de las actividades que en ellos se realizan: las tertulias poéticas de los martes, que ya llevan 500 con una media de 70 asistentes, los concursos de pintura, la presentación de libros (durante la feria del libro, cada comprador de un ejemplar puede tomarse un café gratis en el Iruña), las fiestas variadas, el concurso de pájaros canores, que ya se hacía en 1930, las noches de tango...

Unamuno escribió que en el café Boulevard, "unos se encuentran porque se citan y otros no se citan, pero se encuentran". En 1980, recién cerrado el Jámec, el escritor Ramón Carnicer visitó Extremadura y escribió: "En Cáceres hay una atroz penuria de cafés de asiento; en su casi totalidad son de barra y taburete". Marino Montero cree que los cafés de Cáceres son muy alemanes porque tienen la manía de poner cortinas o esmerilar los cristales para que no se vea la calle, algo que no sucede en Milán, ni en Venecia, ni en Viena, ni en Bilbao...