El poeta alemán Rainer Rilke creyó encontrar en Ronda el edén. Esta ciudad, cuna de Pedro Romero y Antonio Ordóñez, es bella hasta embriagar y en su hermosa plaza de toros se han escrito páginas inmortales de ese libro abierto que es el toreo.

A Ronda, edén del toreo, se viene en peregrinación para presenciar su corrida goyesca, la que por lujo marca el cenit de la temporada. Ver torear en ese ruedo mágico, y escuchar el pasodoble que engrandece las faenas, es algo inolvidable.

Ayer Miguel Angel Perera toreó su primera goyesca. La que se ganan los toreros que marcan la diferencia. Ayer le cupo ese honor al diestro de Puebla del Prior y a su estela llegamos a Ronda numerosos extremeños.

La de los dos hierros de Domingo Hernández salió manejable, con alguna salvedad, pero no acabó de romper a embestir con entrega. Hubo algunos toros de acusada nobleza, que fueron segundo y quinto y entraron en el lote de Manzanares. Pero el resto no ofreció facilidades.

Miguel Angel Perera hizo una gran faena al tercero, al que cortó las dos orejas mientras el público le gritaba eso de ¡torero, torero! Fue ese un animal mirón, que se venía cruzado y tuvo muchas ganas de coger a Perera. Pero se encontró a un diestro en plena madurez, apabullante en el ruedo.

Ya lo toreó bien el extremeño a la verónica ganándole terreno hacia los medios. Comenzó la faena por estatuarios sin enmendarse e inmediatamente se puso a torear en redondo. El animal mostró sus defectos, pero el diestro los fue corrigiendo. Puesto en el sitio y aguantando, los toques suaves y oportunos centraban la embestida, la encelaban, y el pulseo hacía ir más largo al astado. Así fueron brotando tandas limpias por ambas manos, para, cuando el toro se vino a menos, tomarlo muy en corto en un final de faena abrumador.

El sexto fue un burel que siempre se defendió. No se empleó nunca y embestía con desgana. Asentado y encajado Perera, le hizo un trasteo muy largo que si bien no fue excesivamente lucido, tuvo la emoción que da el pisar terrenos complicados.

También José María Manzanares dio una gran tarde de toros. Al buen segundo, al que no dejó que picaran por lo justo de sus fuerzas, lo toreó a la verónica con un empaque único. La faena tuvo dos series en redondo con la diestra magníficas por cómo lo esperaba y cómo se iba con él.

Se superó ante el quinto, con un toreo de capote, también a la verónica, en el que lucieron las dulces muñecas de este artista. Luego tuvo ángel la faena. Las series, primero cortas y después más largas, por ambas manos, fueron rotundas por las premisas del alicantino, cuando compone la figura y se funde con la embestida del animal. El final fue insuperable, con ayudados de gran plasticidad.

El lote de Francisco Rivera Ordóñez fue deslucido. Abrió plaza un astado que llegó inválido al último tercio. El cuarto fue un toro rajado y regaló el sobrero, que resultó áspero y con genio. Paseó Rivera una benévola oreja de este último. Con la salida a hombros de Manzanares y Perera concluía una tarde para el recuerdo.