El jueves por la noche no hubo misa de ocho en la parroquia de la Concepción, en el barrio de Salamanca. En su lugar, la iglesia se llenó para escuchar una arenga del cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco, que la solemnidad del templo y los modos suaves del orador lograron vestir de conferencia. Rouco fue a hablar de Educación para la Ciudadanía, "un problema grave que se nos presenta", dijo, frente al que "no hay que adoptar actitudes pragmáticas". ¿Qué propone? Solo prescribió una fórmula: acogerse a la objeción de conciencia para sortear la materia. "Responder con la ética, la propia de España", finalizó al filo de las nueve.

Para Rouco, la obligatoriedad de cursarla en todos los centros, públicos y privados, deja a la de Religión "en precario". "Implícitamente se admite que lo que se enseña en clase de Religión no sirve para proporcionar una formación moral satisfactoria", se quejó. "La devaluación es plena", insistió. Además, que "el Estado imponga una asignatura relega los derechos de los padres", que, según él, pueden aceptarla o no.

"En los colegios concertados pueden arreglarse para que la asignatura no sea un desastre del todo, pero el 80% de los colegios del Estado son públicos y sus alumnos no tienen elección". Nadie se libra de "los efectos nocivos" de la nueva propuesta educativa. Y ahí echó mano del mandamiento de la caridad: "La solidaridad se impone".

Además de objetar, dijo que había otras fórmulas para oponerse, pero no mencionó ninguna. "La protesta constituye un enorme servicio al Estado democrático", una lección de ciudadanía, aseguró. Aplausos.