Las piedras de la Costa de la Muerte son como las madres que amamantan a sus retoños. De las buenas crecen hijos sanos y rollizos por dentro. Los acantilados de esta litoral, ahora enlutado por el fuel del Prestige , son bravos como las percebeiras gallegas que arriesgan sus vidas para capturar el preciado crustáceo. A Claudina Búa Barreiros, de 65 años, le gusta comparar las rocas con las madres. Las hay buenas y mejores. "Si te comes un percebe vivo, recién arrancado de la roca, descubrirás que la carne es dulce, pero el mordisco es salado, delicioso", asegura con melancolía. Nadie sabe en estas tierras cuándo esas rocas, ahogadas ahora en petróleo, podrán volver a criar buenos percebes.

Hija y nieta de percebeira, Claudina se jubiló hace dos meses. El suyo ha sido un retiro forzado por ley, porque sigue trepando ágil por los acantilados. "Es injusto. Trabajé sin descanso desde los 14 años. ¿Para qué? Me ha quedado una triste pensión de 60.000 pesetas", se lamenta.

LA PIEDRA DE LA CADRILA

El oficio se lo enseñó su madre, Josefina Barrientos, una de las mejores mariscadoras de la Costa de la Muerte. Tanto, que a una piedra de Muxía, el pueblo de la familia, la bautizaron con el apodo de la mujer: La cadrila .

Claudina tiene el rostro enrojecido por las furiosas corrientes de aire del Atlántico. Ni la estela mortal del petrolero ahogado ni los recuerdos de sus inicios como marisquera le apagan la sonrisa. "Todavía no entiendo cómo puedo seguir viva. Iba descalza. Montaña arriba, acantilado abajo. Con la bolsa de los percebes en la cabeza y un hambre en el cuerpo que me hacía desfallecer. En aquella época pasamos mucha hambre", recuerda.

En esos años, los percebes se enviaban a La Coruña, pero su carne no era tan preciada como ahora, por la que se llega a pagar hasta 60.000 pesetas el kilo por Navidad. Precio éste anterior a la marea negra, que ha provocado tal escasez de marisco que nadie se atreve a predecir a cuánto se cotizará.

Revoltosa y viva como su Atlántico, Claudina es un libro abierto. De pequeña, cuando su madre conseguía darle un trozo de pan para ir a mariscar, tenía tanto miedo de que los cuervos se lo robaran que se quitaba la ropa para envolver el almuerzo mientras bajaba por el acantilado. "Un día, al regresar, no había ni pan ni ropa, aquello fue horroroso", cuenta, emocionada.

Las jornadas que iba a buscar percebes al cabo de Touriñán caminaba 15 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta. "Algunas veces, me colocaba un percebe chiquitito entre los dientes para distraer el hambre".

Cómo no, Claudina se casó con un percebeiro de su pueblo: Jesús Paz Lago, que a sus lozanos 71 años es incapaz de estar quieto un segundo. El hombre se jubiló hace 30 años. Su corazón es como los percebes, fuerte por fuera, pero delicado y tierno por dentro. "No resistí la pena de tener que sacar del agua a tantos amigos muertos", recuerda. En aquella época, cuando los percebeiros no llevaban, como ahora, trajes de neopreno y arnés para deslizarse por los acantilados, el índice de siniestralidad era altísimo. Eran los propios compañeros los que se encargaban de rescatar los cadáveres de sus amigos.

"No hay cosa peor que contemplar el cadáver de un ahogado. Bajar por un roca y ver cómo te mira, por debajo del agua, con aquellos ojos. Es una pesadilla. Esa imagen no se borra nunca más de la mente", relata Jesús. Al final, su corazón dijo basta. Un infarto fue suficiente para olvidarse de los percebes. Eso sí, el hombre, apodado el viudo , tiene su roca, en la punta de la Buitra.

El matrimonio tuvo tres hijos. "Y por Dios que intenté que ninguno de ellos se dedicara al percebe", promete Claudina. Casi lo consigue. Fina y Chicha, las mayores, emigraron a Italia. "Afortunadamente, esto de jugarse la vida en la mar no iba con ellas", explica.

O EMIGRACION O PERCEBES

Pero Xuxo, el pequeño, que ahora ya tiene 44 años, picó. Pero por necesidad. A los 16 años se enroló en un barco para faenar en el Gran Sol. Se casó con la dulce Rafaela Roa Sánchez, tuvieron una hija, Olaya, y empezó la crisis. O emigración o percebes. Tenía 30 años. A pesar del disgusto de sus padres, su madre le enseñó el oficio.

"Hay una norma vital: nunca sabes del todo. Nunca te puedes fiar del mar", cuenta Claudina, con la autoridad de la veteranía. El suyo es un oficio de riesgo. No apto para cardiacos. Lo primero que hacen es consultar el calendario de las mareas. Salen de casa dos horas antes de la marea baja. Eligen una zona y empieza la excursión hasta llegar a la roca. Una vez allí, deberán aprovechar los segundos en los que la ola se aleja para arrancar de su madre, la roca, la piña de percebes. No hay que perder tiempo porque el mar, como si de un padre enfurecido se tratase, se revuelve con ira golpeando contra el acantilado y contra el percebeiro si lo tiene a tiro.

El año pasado, Muxía enterró a dos de sus percebeiros. No les gusta hablar de muerte, pero todos han tenido sustos. Claudina tuvo que ser rescatada en una ocasión. Una ola la lanzó al mar. "Abrí los ojos, miré hacia arriba y, entre toda aquella agua, vi una luz. Pensé que nunca llegaría".

Hoy hace una semana que la Xunta de Galicia prohibió pescar y mariscar en toda la Costa de la Muerte. La prohibición es indefinida. "Galicia no se merece todo esto", lamenta Xuxo.