TMte dijeron un día que las columnas de los periódicos tienen un cierto toque avinagrado. Desde entonces no dejo de fijarme en ellas, en las propias y en las ajenas, para ver lo que hay de cierto en esa afirmación. Puede que haya mucho lamento, mucha crítica por casi todo y alabanzas por casi nada, pero habría que alegar como descargo que son muchas las personas que nos piden que mencionemos en las columnas las baldosas de tal calle o el estado de un polideportivo. Por más que les expliques que las autoridades hacen más caso a una carta al director antes que a columnistas de pluma amarga, no se lo creen. Un viernes santo leí una de estas misivas denunciando los clavos que había en un columpio y el sábado de gloria ya lo habían solucionado. Pero hay que reconocer que no abundan las loas ni reconocimientos públicos como debiera, porque ocasiones tenemos de sobra a nuestro alrededor. Por poner un ejemplo citaré al Museo Arqueológico Provincial de Badajoz, que lleva ya un tiempo realizando actividades para los más jóvenes. Este mismo verano se han impartido talleres en los que los pequeños han aprendido a fabricar piezas con barro o a encontrar y reconstruir vasijas como si fueran arqueólogos. Uno siempre ha pensado que los museos tenían que ser algo más que el lugar al que vamos a ver cosas y que deberían ser irradiadores de la cultura, involucrar a los niños y tener una vertiente menos ceremonial. Imagino que experiencias como ésta las habrá en otros ámbitos y lugares y bueno sería que los columnistas nos hagamos eco de ellas para quitar ese sabor amargo que, según dicen, dejan nuestras palabras.