El PP lanza las campanas al vuelo cuando habla de los primeros brotes verdes surgidos en la Comunidad de Madrid. Uno de sus políticos ha dicho que en temas económicos Madrid es una isla dentro del panorama nacional. No me extraña que Madrid empiece a paliar la crisis, lo que me sorprende es que alguna vez haya pasado por ella. Con el dinero que la Comunidad de Madrid recauda en un solo año, Esperanza Aguirre y Gallardón podrían comprarse una isla privada (no metafórica sino real) en las Bahamas. Transitar en coche por sus calles es un asco: los límites de velocidad están diseñados para tortugas aquejadas de lumbago obligadas a renquear sobre un campo de minas, no para vehículos con motores de combustión. Así están las cosas: hemos vuelto al Medievo, el de siempre solo que más refinado. La Comunidad de Madrid se ha convertido en la Santa Inquisición y los conductores en pecadores en potencia a quienes ajusticiar en cualquier momento por no cumplir a rajatabla los preceptos del dogma institucional. Dicen que Madrid es una ciudad acogedora, y es cierto, pero si van a visitarla no olviden el talonario: los mejores fotógrafos de la capital de España son sus radares. Tengo amigos que han pagado multas de 90 euros por sobrepasar en 3 kilómetros la velocidad permitida. Lo mejor, claro, es usar el metro, pero ¿qué hacer con el coche, si tampoco se puede aparcar? Toda la ciudad es un coto de zonas azules, de pago, o zonas verdes, también de pago con el inconveniente añadido de que necesitas tramitar un papeleo agotador hasta conseguir la acreditación que te concede el privilegio de aparcar en tu barrio.