La sentencia de Juan XXIII, el Papa del Concilio Vaticano II, referida al capuchino italiano Pío de Pietrelcina (1887-1968), al que calificó de "inmenso engaño", ha vuelto, de sopetón, a cobrar relevancia. El problema reside en que, a diferencia de entonces, el padre Pío no es solo un fraile extravagante con estigmas en las manos (las marcas sangrantes de Cristo en la cruz) que le dieron notoriedad, sino que se ha convertido en el santo más popular de Italia. Un libro que esta semana ha salido a la venta en Italia apunta a que el fraile adquiría productos químicos que usaba para mantener abiertas las heridas que propagaron su fama de administrador de dones sobrenaturales. El historiador Sergio Luzzatto acaba de cuestionar la infalibilidad de Juan Pablo II, que en 1999 beatificó al padre Pío y en 2002 lo canonizó, siempre en loor de multitudes.