TUtna sentencia de hace varias semanas avalaba la posibilidad de que hubiera centros educativos sufragados con fondos públicos y que practicaran la segregación por sexos del alumnado. Hay quien intenta argumentar esta barbaridad basándose en el diferente ritmo de maduración física, intelectual y emocional que tienen los chicos y las chicas, pero se olvidan de que en la escuela hay que aprender a socializarse y a convivir con otros seres humanos ajenos al núcleo familiar.

Ahora los hombres y las mujeres comparten en igualdad todo tipo de papeles sociales y laborales. No ha sido fácil llegar hasta aquí y durante años miles de docentes que creen en la co-educación y en la integración han logrado cosas impensables hace treinta años: hoy niños con discapacidades sensoriales, motoras o con síndrome de Down acuden a las mismas aulas que nuestras hijas e hijos. Formar aulas diferentes para niños y para niñas es una aberración tal como separar a blancos de negros, fuertes de enclenques o ricos y pobres, y hacerlo con fondos públicos debiera ser considerada una violación del artículo 14 de la Constitución. La escuela no es una fábrica de espárragos en la que ir calibrando la calidad del producto y la educación es algo más que saber dónde está Nairobi o la raíz cúbica de ocho: es crear un espacio donde los niños y las niñas conozcan seres diferentes, se relacionen con ellos y aprendan a convivir fuera guetos elitistas. Si hoy permitimos este tipo de segregaciones mañana encontraremos escuelas que nieguen la entrada a gitanos, emigrantes o ciegos: no lo consintamos. http://javierfigueiredo.blogspot.com