Es posible atravesar Beichuan saltando entre los escombros, sin pisar el suelo. Vista desde arriba, recuerda una construcción de Lego tras el manotazo de un niño. Si el infierno en la tierra existe, es esta ciudad de más de 100.000 habitantes de la provincia de Sichuan, en la China rural del interior, a miles de kilómetros al oeste de la púrpura de Pekín, Shanghái o Hong Kong. Es la ciudad más cercana al epicentro del terremoto, que en toda la provincia ha dejado a cinco millones de personas sin casa, según el gobernador. Los muertos se estiman en 50.000.

En Beichuan, el 80% de las construcciones han caído. El resto de edificios aguantan en alambicadas posturas, esperando un soplo para dimitir. La tierra se abrió. El tejado de una fábrica textil se levanta apenas un metro del suelo. Sus cuatro plantas fueron engullidas, junto a un centenar de trabajadores. Mu Cheng Jin sabe que es imposible sacar de ahí a su esposa, ni siquiera su cadáver. Su casa también cayó, apenas veinte minutos después de que él saliera. Fue uno de esos raros días que no comió en la fábrica.

Lo peor llegó después. Beichuan se estira en la falda de un valle. El seísmo provocó una avalancha de piedras que rodaron por la ladera. Rocas de hasta 10 metros de diámetro trufan los escombros. Algunas se metieron hasta la cocina. Otras derribaron edificios. Según lo describen los lugareños, debió de parecerse a una macabra partida de bolos.

APLASTADO EN EL COCHE En otras zonas, muchos se salvaron al escapar de los edificios tras notar los temblores, pero el cielo abierto también fue una condena en Beichuan. A algunos se les quebró el pavimento bajo los pies, a otros les alcanzó la lluvia de peñascos. Un cuerpo fue extraído el jueves de un coche planchado bajo una roca.

El Ejército de Liberación Popular sigue a pleno pulmón las tareas de búsqueda. En algunas zonas es necesario el uso de una máscara por el proceso de putrefacción de la carne, acelerado tras dos días de sol abrasador, pero los soldados buscan cualquier indicio de vida. Varios apuntaban con su linterna ayer hacia un agujero y gritaban: "¿You mei you ren?" (¿Hay alguien ahí dentro?). Tras varios minutos, el jefe de la cuadrilla sentenciaba: "Mei you" (no hay nadie), y la cuadrilla buscaba en el siguiente agujero.

Otro soldado escuchó unos golpes cuando caminaba sobre un tejado. Tras recortar un rectángulo durante dos horas, nadie contestaba a las peticiones de nuevas señales para localizar su situación en la oscuridad. Quizá el soldado confundió los golpes con una de las frecuentes réplicas del seísmo.

Casi 6.000 cadáveres han sido extraídos en Beichuan. Ayer, cuatro días después del seísmo, 30 personas fueron rescatadas vivas. Suena a milagro, pero no es más que una proporción razonable entre las decenas de miles de enterrados. Un médico aseguraba que pasados otros dos días, el rescate de cualquier vivo sí será un milagro.

Los soldados trabajaban con las manos, tenazas o sierras eléctricas. "No podemos hacer nada más. Nuestra misión es solo encontrar a los vivos. Las grandes máquinas tardarán un día, cuando arreglen el camino", decía el mando.

Llegar a Beichuan rozaba la odisea. Por el tramo principal de la carretera, abierto tres días después del seísmo, se podía circular en coche. Después la cosa se complicaba y era necesaria una moto para sortear las rocas y las estrías del cemento. Solo a pie se podía cubrir el último tramo, un camino pedregoso que vive un tránsito febril: bajan soldados avanzando en formación con palas en alto y voluntarios llegados de todo el país, mientras suben lugareños con lo rescatado de sus casas en bolsas y enfermeros con cadáveres.