Ande yo caliente- Así vamos, forrados y tapados cuando se desploman las temperaturas. Cinco, cuatro, tres grados. No importa demasiado mientras los anoraks, los gorros y los guantes nos protejan. Habrá quien no tenga con qué cubrirse, pero nosotros estamos a resguardo, parapetados tras los ropajes. Así pasamos lo más crudo del invierno mientras esperamos la llegada de días más cálidos. Y de pronto se levanta el viento y la seguridad de nuestro abrigo ya no es suficiente. El termómetro marca los mismos grados, pero la sensación térmica hace que tengamos la percepción de que la temperatura ha caído. El aire soplando fuerte se vuelve cortante y el frío se nos mete en los huesos.

Ande yo caliente-.Había muchos que estaban sucumbiendo ante la crudeza de la crisis, pero otros muchos confiábamos en la seguridad de nuestros trabajos, de nuestros contratos supuestamente fijos. Veíamos a empresas quebrar; oíamos hablar de concursos de acreedores, de expedientes de regulación; sabíamos que aumentaban las colas del paro, pero nos arrebujábamos al calor de los sueldos seguros, y seguíamos con nuestra vida. La crisis era para otros, para los que caían como chinches a nuestro paso. Y de pronto, cuando pensábamos que la tierra estaba comenzando a hincharse ante el empuje de los brotes que pronto surgirían con promesas de nuevos frutos, se levantó el viento cortante y se heló la relativa confianza en la que vivíamos. La situación es la misma que antes del anuncio del ajuste, pero ahora nos sentimos más vulnerables. Nos parece que el vientre de la tierra se ha vuelto duro, sepultando los brotes verdes. Pero es tan solo la sensación térmica porque es ahora, tras el viento cortante de los recortes, cuando más posibilidades hay de que algún día se derrita la helada superficie de la tierra.