TEtl peor comienzo para unas vacaciones de verano es que en la primera gasolinera que repostes te encuentres con un camión de transporte animal. Mil ojos de borregos mirándote a los ojos. Diez vacas mascando una tragedia. O cien mil gallinas suplicándote matarile en una retórica unánime. Un segundo es suficiente para que te pasen por la cabeza todas las películas de sádicos y holocaustos. No vuelves a catar pechuga hasta que el olvido se apiada de ti. Es como para que una pareja de civiles lleven al responsable ante el viejo diccionario de Covarrubias y le obliguen a leer que animal es sustancia animada, adornada de sentido y movimiento . Y recalcarle mucho lo de sentido. Porque en la palabra sentido se encierra una concepción de vida. Si puedes sentir puedes sufrir. Si puedes sufrir mereces ser respetado. Vale que nadie es culpable de que la naturaleza sea una fulana que se divierte viendo como nos comemos los unos a los otros. Pero de ahí a convertir a los animales en mero objetos de mercado hay un abismo. Se les trata sin sentido ni sensibilidad. Como a ceniceros. Como a chatarra. Y luego sales de la gasolinera y te encuentras por los márgenes de la carretera una triste procesión de perros abandonados. La entrada de los pueblos repletas de carteles de corridas de toros. Cómo identificarse con quienes hacen fiesta del sufrimiento ajeno. Covarrubias cuenta que "los asnos a veces comen cicuta entre la hierba y caen yertos y los desuellan, aunque luego despiertan con el grande dolor, ya medio desollados, y todo esto con grande risa de los ganapanes que les quitan el cuero". Siempre hay manos para aplaudir el sufrimiento de los inocentes. Si esta es la España que patrocina la Infanta con su taurino modelito de boda, apañados vamos.