El momento emotivo de la tarde llegó cuando Enrique Ponce saludaba desde casi los medios, al finalizar la lidia del cuarto toro y tras dar dos clamorosas vueltas. Había pinchado dos veces, a pesar de lo cual hubo una mayoritaria petición, que, incomprensiblemente, no fue atendida. Atrás quedaba una faena extraordinaria a un toro, de nombre Lazarillo , que recordará siempre, pero también los aficionados, que tuvieron la dicha de gozar de una lidia magistral.

Aspero en el capote, se fue al pecho del torero tres veces. No acababa de estar Ponce seguro de él, porque le hizo un quite, bellísimo, por delantales. Primorosa la media verónica, tras ella la cabeza del torero ya tenía claras las cosas. El inicio de faena, fantástico, por abajo, llevando al toro, enseñándole a embestir. Después se descaró el valenciano con la mano derecha, la muleta adelantada. Se le venía el toro y se encontraba la franela siempre puesta. Así, las dos series en redondo resultaron pletóricas de belleza. Le daba tiempo entre las series y se cambio el engaño para torear al natural.

La primera con la zurda fue increíble, pues tiraba del zalduendo. En tono mayor siguió el trasteo, en naturales del cartucho de pescao o de frente, de uno en uno. Sólo sobró la tanda final, que dificultó cuadrar al toro y malograr un triunfo de clamor. Si ese fue un buen toro, su primero fue complicadísimo. Con él dicto una lección de cómo mejorar a un toro con genio para que acabara franco y suave, faena tampoco culminada con la espada. Su disposición, su cabeza maravillosa, su regusto torero, todo ayudo a que el maestro de Chiva cuajara su gran tarde en Sevilla.

EL EXTREMEÑO PERERA El otro pasaje destacado lo vivió Miguel Angel Perera ante el sexto, un animal noble pero al que faltó algo de entrega. Le costó acoplarse al torero pero lo hizo cuando lo tomó al natural. Hubo una tanda muy rematada, porque enganchaba al astado por delante y le llevaba largo. Volvió a la derecha y la emoción subió de tono al torear muy en corto. Cobró una buena estocada pero tuvo que descabellar y aunque hubo petición, no la atendió el presidente. Antes, poco pudo hacer ante un tercer toro deslucido.

Morante de la Puebla, por su parte, tuvo una tarde para olvidar. No se acopló a su primero, que tuvo bondad aunque no humillaba. Y ante el quinto, áspero, pronto se desentendió de él.