TTtras la noche más buena del año y uno de los pocos descansos universales que tiene la prensa, tengo la responsabilidad de dirigirme a ustedes. Este texto seguramente se haya editado mientras regreso en un autobús Alsa desde Sevilla, de estar con los míos. Recuerdo las navidades con la vecina de al lado sentada a la mesa. Poco a poco esa mesa se fue llenando de huecos. Todos los tenemos. Ustedes los han tenido este domingo. Es algo de lo que nadie se salva. Y esas ausencias no las llenan las televisiones de plasma, los coches deportivos o la muñequita Leonor (un horror, como la institución que representa). No, no hay nada que suplante las sentencias de la vecina que no está, los platos que preparaban las abuelas o aquel tío que siempre contaba el mismo chiste.

En mi casa, siempre tenemos unos segundos para recordar a los que ya no están. Y también tenemos una tradición que desde hace décadas ponemos en práctica. Apuntamos con el tapón de la botella de sidra El Gaitero a un jarrón antiguo que está en una repisa cerca del techo del salón. Acertar es realmente difícil. En 37 años sólo hubo una Navidad en la que el tapón impactó en el reborde y logró tirarlo al suelo. Se hizo mil pedazos. Todos los comensales, vecinos, padrinos e invitados se alegraban y celebraban ese acontecimiento único. Salvo mi madre. El jarrón no tenía valor. No nos quiso decir por qué le dio tanta pena. Después lo supe: al año siguiente ya empezaron a faltar comensales a la cena. Refrán: El sabor del mazapán no reemplaza a quienes se van .