Descartada la posibilidad de que algún día se trasplante un cerebro humano, la incorporación de una cara ajena, que sustituya los rasgos que han identificado al individuo receptor, se ha convertido en el límite definitivo de este tipo de cirugía. La técnica quirúrgica está a punto de superar, si no lo ha hecho ya, los riesgos vasculares que implicaría un trasplante del tejido facial completo, aseguran los responsables sanitarios. Lo que mantiene la imposibilidad legal de hacer este trasplante en España no es una barrera técnica, sino ética.

"Ya es posible, y hay cirujanos preparados para hacerlo, pero antes de autorizar un trasplante de cara deberemos valorar si vamos a mejorar la salud del receptor o le crearemos un problema", dice Jordi Vilardell, director de la Organización Catalana de Trasplantes. "La incógnita del resultado, y el hecho de que el estado de la cara no es un factor que ponga en peligro la vida frenarán que se llegue a permitir", añade Vilardell.

Un eventual trasplante de cara se aplicaría, siempre, a personas que han sufrido la destrucción facial por un traumatismo: un quemado, las secuelas de un cáncer, una herida de bala o una malformación congénita. No se aceptarían razones estéticas.

La necesidad de aceptar una nueva identidad al mirarse al espejo no sería un problema insalvable, a juicio de María Casado, directora del Observatorio de Bioética de Cataluña. "Si los riesgos técnicos están superados, y no se trata de hacer ciencia ficción, un trasplante de cara sería positivo", afirma. "No estamos hablando de una mejora estética, sino de reparar situaciones muy graves, por ejemplo, las de mujeres a las que les rociaron la cara con ácido y se convirtieron en casi un monstruo".