No son mudos. Aunque muchos no pueden hablar porque no pueden oir. Nacieron envueltos en silencio, en un mundo de sonidos. Se comunican en lenguas que la mayoría no entendemos, y que no comparten con todos los sordos del mundo. En la Unión Europea se cuentan treinta y siete millones de personas aquejados con esta discapacidad, o, como reivindica El Foro de Vida Independiente, esta diversidad funcional. En España superan el millón. Cada país con su propia lengua de signos. Y cada sordo con su propio problema a cuestas.

Dicen que la sordera es tan aislante, que las barreras psicológicas con las que se encuentran superan con creces las de otras diversidades funcionales, porque, en su caso, la discapacidad es "invisible".

En estos días, los asistentes al V Congreso Mundial de personas sordas han inundado Madrid con sus gestos y con su actitud vitalista. No pasan desapercibidos. Cuando hablan no se les escucha, pero se les "ve" comunicarse. Y lo hacen no sólo con las manos, también con la cara, con los brazos, y, a veces, con el cuerpo entero.

Siempre me he preguntado qué habrá supuesto para ellos Internet, ese espacio donde pueden salvarse casi todas las barreras. Un sordo, un parapléjico, un mudo, un deforme, un tímido... Todos somos iguales en el ciberespacio. Todos nos hacemos entender. Incluso las personas que no ven disponen de teclados y de pantallas traductoras de sonidos.

Pero ellos no pueden ir al médico, a la universidad, al abogado, a una inspección de Hacienda, o a una entrevista de trabajo, si no les acompaña un intérprete.

Y no son mudos.