Suele decirse, con melancolía impostada, que el tango es un sentimiento triste que se baila. Pero ahora resulta que también cura, y por eso ha nacido la tangoterapia. En un reciente congreso internacional realizado en Buenos Aires, un grupo de médicos anunció la buena nueva: desplazarse en un par de baldosas al compás de una pieza de Anibal Troilo, Julio De Caro o Astor Piazzolla ayuda a combatir el mal de Parkinson, las enfermedades cardíacas, los problemas sensoriales, la esquizofrenia y la depresión. "Estamos dando los primeros pasos", dijo con modestia el cardiólogo Roberto Schena, presidente del encuentro. No hablaba de coreografía, sino de las posibilidades de sanación.

La psicóloga Rosa Sosnitsky, descubrió, durante sus visitas a los geriátricos, que los ancianos, al volver a bailar, se sentían más seguros y contenidos. Según la fisioterapeuta norteamericana Gammon Earhart, de la Universidad de Saint Louis, los pacientes con el mal de Parkinson que bailan tango refuerzan su equilibrio y ganan en agilidad de movimientos. La fisióloga Patricia McKinley, de la Universidad McGill de Canadá, habló de las posibilidades de estimular el sistema nervioso central en mayores a dos por cuatro.

Durante el congreso se contó asimismo la experiencia de un ballet de jóvenes con síndrome de Down. "Produce reacciones que los comunican más con el medio; desarrollan capacidades que desconocían o que tenían ocultas", comentó el cardiólogo Schena. El tango es, a su vez, una puerta de salida del encierro para aquellos que se sienten solos como el mismo tango suele cantar. Los psicólogos que defienden la tangoterapia dicen que las personas golpeadas en lo emocional son así incentivadas a tener una vida social más intensa.