La tarde de ayer fue difícil para Antonio Ferrera y más para Ginés Marín, y solo fue provechosa para Roca Rey. Tuvo el lote más potable, especialmente el quinto de la tarde -sin que ese cuvillo fuera para tirar cohetes-, mientras que los dos paisanos tuvieron toros más complicados y deslucidos, sobre todo Ginés Marín.

Hay que decir que del encierro de Núñez del Cuvillo se esperaba mucho más de lo que dio ayer de sí, que fue, ciertamente, muy poco. Fue una corrida desigual de presentación, especialmente de hechuras, con animales muy en tipo para embestir, bajitos y con cuello, y otros cuya fachada ya decía lo que iban a ofrecer. Es así porque las hechuras no mienten y de un toro alto de agujas y de no mucho cuello, poco se puede esperar. Después está lo que el toro lleva dentro, y los de ayer llevaban más bien poco. Algún animal fue noble, como el primero, pero sin rematar; otros duraron lo justo, como el quinto y sobre todo el segundo; otros se movieron sin clase, como tercero y cuarto; y el sexto fue el peor, pues nunca humilló. Todo envuelto en una falta de raza patente.

Roca Rey fue el triunfador. Es un torero que gustará más, o menos, pero nunca se deja nada. Sincero por tanto. A veces hace las cosas porque sí y no porque tengan un porqué y ayuden al toro. Otras alterna cosas que uno piensa que rompen la unidad de sus faenas, más para llegar a los tendidos que para hacer una obra de arte. Pero con cabeza y valor se pone en un sitio muy complicado, tiene la técnica muy aprendida y se pasa los toros muy cerca. Y mata muy bien, algo imprescindible y más en Pamplona.

Ayer cortó una oreja del segundo y las dos del quinto. Lo dicho, alternó de salida ante su primero las verónicas con las chicuelinas, que no es lo mejor para enseñar al animal a embestir. Quite por gaoneras de Ginés Marín y respuesta del peruano por saltilleras. Comenzó la faena de rodillas, dos por alto, dos cambiados por la espalda y el pase del desprecio. Fue ese un toro al que pronto costó ir hacia delante pero, bien colocado y a veces dándole respiros entre pase y pase, le sacó más de lo que el burel tenía. Solvente el torero, con mucho sitio y confianza.

Jabonero el quinto, largo de cuello y de bonitas hechuras, astifino, lo toreó por gaoneras de inicio, lo que es una forma de no llevar largo al toro.

Comenzó la faena con los ya muy vistos pases cambiados por la espalda, que generalmente son muy celebrados por los tendidos pero que no mejoran las condiciones de los toros. A partir de ahí vino lo mejor de Roca Rey. Puesto en el sitio, muy asentado, tiraba del astado y ligaba los muletazos. Series en redondo de buen concepto. Al natural se fue quedando corto el cuvillo y al final, de rodillas el diestro, bien sabía que estaba en Pamplona. Tras una gran estocada se desató el delirio.

Antonio Ferrera tuvo un lote que, como la corrida en su conjunto, no acabó de romper. Noble pero de muy poca transmisión el que abrió el festejo, fue un toro que nunca humilló pero al que, sin molestarlo, supo el torero llevar a media altura por ambos pitones, sin dejarse tocar nunca la muleta. El cuarto, que brindó a Espartaco, era un toro que iba y venía pero que se defendía y le faltaba profundidad en su embestida. Ferrera le tapó esos defectos y no se dejó tocar la tela. Tuvo que descabellar y escuchó una segunda ovación, tras la que le dieron en su primero.

No fue la tarde de Ginés Marín, y se le vio triste. Era para estarlo por lo desclasado de su lote, pero hay que sobreponerse. Jabonero su primero, manseó pero parecía que podía romper cuando inició su faena con el cartucho de pescado desde los medios. No fue así porque esa mansedumbre le hacía defenderse en la muleta. Derrotaba al final del pase y era difícil de templar. Asentado Ginés, poco más pudo hacer.

El sexto era todavía más deslucido que sus hermanos. Por sus hechuras, no humilló nunca y salía del muletazo con la cara por las nubes. Terminó el animal por aburrirse, y aburrió al torero y a todos.

Mala la corrida de Cuvillo, y si esto es lo mejor que dicen que hay en el campo, mal está la cosa.