Lleno en la Real Maestanza, expectación a tope pero la corrida de Jandilla, con un toro de Vegahermosa, el segundo hierro de la casa, no fue la que esperábamos. Fue el encierro de Borja Domecq de esos que dicen muy sevillanos en cuanto a presentación: toros estrechos de sienes, armónicos, finos de piel y cabos, con hechuras de embestir, si obviamos el feísimo animal que saltó al ruedo en quinto lugar. Lo que pasó, sin embargo, es que de bravura y clase les faltó a los jandillas un montón.

Los toreros mataron la corrida con suficiencia y decoro. Intentaron sobreponerse a esa falta se raza, y a veces lo consiguieron. Como El Juli ante el segundo, primero de su lote.

Que el público estaba con el torero afincado en Olivenza se vio en cuanto se rompió el paseíllo, pues la ovación sonó rotunda en recuerdo de lo sucedido el pasado lunes, cuando El Juli indultó a Orgullito, ese gran toro de Garcigrande. Recogió el torero la ovación e invitó a sus compañeros a compartirla con él, pero Antonio Ferrera pensó que no había que hurtarle nada a Julián.

Ese segundo toro de la tarde era largo como un tren, hondo y con cuello, con cuajo y kilos. Rompía la corrida por arriba. Humilló en el capote y se dejó en el caballo.

Brindis al público, el comienzo del trasteo fue alternando el pase de la firma, la trinchera, el natural y el de pecho. El mérito de la faena fue encontrar al animal su buen fondo por el pitón izquierdo, pues en los primeros compases el animal se puso gazapón, y aunque se movía, iba la cara a su aire.

Al natural El Juli lo llevaba largo y hubo una primera serie buena, y una segunda mejor, con el astado muy metido en el engaño. Aquello era maestría en estado puro. Lo probó para ver si había mejorado por el pitón derecho, pero el animal se abría, aunque lo sujetó. Ayudados finales por alto de mucho sabor, atacó bien con la espada pero la estocada cayó baja, lo que fue determinante para que el presidente no atendiera una petición que era mayoritaria.

El quinto fue un adefesio de toro. Alto, muy enmorrillado y muy corto de cuello. Uno se resiste a pensar que el ganadero haya embarcado, de motu propio, semejante animal. Pudiera ser que hubiera alguno desechado en el reconocimiento y tuviera que llevar semejante ejemplar. El caso es que, si el hábito hace al monje, las hechuras del jandilla hacían imposible que embistiera.

Y no embistió, claro está. El toro no humillaba pero El Juli comenzó la faena sometiéndolo. Le costaba al burel ir hacia delante y se puso mirón por el pitón derecho. Fue un animal muy deslucido.

Antonio Ferrera tuvo un mal lote y no tuvo resquicio alguno ni para buscar las vueltas a sus dos toros. Sin fuerzas su primero, tenía una embestida rebrincada y sin ritmo. Antonio lo llevaba a media altura y obviaba los derrotes del animal al final del muletazo. Lo lidió con decoro y poco más.

Lo mejor de Ferrera ante el cuarto, y a la postre de su tarde, fueron las verónicas de saludo, arrebatadas, ganando terreno hacia los medios, con una bella media verónica de remate. Fue ese un toro de poca clase pues, si le bajaba la muleta, perdía las manos primero y, aunque consiguió medio asentarlo, protestaba si se le obligaba. Mala suerte para el paisano en su postrera comparecencia en este feria.

El tercero, primero de Roca Rey, se movió, pero lo hacía sin clase. Parecía que embestia codicioso pero pegaba un brinco al final del muletazo. Tampoco es que el peruano tuviera claras las ideas. Fue esa una faena mal hilvanada, un pase por aquí, otro por allá. Tal vez le faltó al animal un mayor castigo en varas.

El sexto, terciadito, era un toro bonito pero fue un manso de libro, que pronto dijo que su querencia estaba en los chiqueros. Tenía clase en la muleta, iba largo, aunque lo hacía más por quererse ir que por celo. Hubo tres tandas con la diestra de Roca Rey sujetándolo en los medios, hasta que se rajó. Siguió dando pases en la puerta de toriles, pero enjaretaba dos y el animal se iba. Tampoco fue posible levantar la tarde al final.