Casi todo apunta a que era Santiago Mainar el que esa noche acababa de matar a Miguel Grima. Eran casi las nueve y el guardia forestal estaba todavía junto al cadáver cuando vio las luces de un vehículo que se acercaba por la carretera; alarmado, se subió rápidamente al Mercedes de la víctima y le dio la vuelta, no solo para ocultar el cuerpo sino para cegar con las luces a los que venían. El vehículo era un Land Rover Freelander negro, y en el interior viajaban el médico vasco Ignacio Bidegaín, su esposa Elena y su hija pequeña. Iban camino de Fago. Tenían una casa en la que pasaban algunos fines de semana y conocían a todos los vecinos del pueblo. También a Mainar. Pero esa noche no lo reconocieron. De hecho, juran que no era él.

UN SEÑOR "Lo primero que vi fue una luz azul, así que le dije a Elena: ´Mira, la Guardia Civil´". Pero al cabo de unos metros se dio cuenta de que era un Mercedes, y que la matrícula era de Zaragoza, y pensó: "Este tiene que ser el coche de Miguel". Recuerda que en ese momento ya estaba pasando por el lado, y que en el auto había alguien y entonces pisó el freno. Pero ya se había pasado de 10 metros. O 20, no lo sabe muy bien. "Viene un señor": escuchó que decía su hija.

No es exagerado decir que Bidegaín es probablemente el testigo clave del crimen de Fago, y sin duda el tercer personaje en importancia detrás de Grima y Mainar. En el andamio casi indestructible de pruebas y testimonios que incriminan al guardia forestal, la declaración del médico vasco es la única pieza que no encaja, la piedra en el zapato de una acusación por lo demás irreprochablemente sólida. Bidegaín y su familia estaban en el lugar de los hechos cuando los hechos estaban recién ocurriendo, y ayer declararon en la Audiencia Provincial de Huesca para confirmar lo que ya habían dicho otras veces: que aquella noche no vieron a Mainar.

"Yo me giré y le vi de frente, con claridad", dice el médico. "Le vi la cara y le reconocí perfectamente". "Mi primera declaración fue que no era ninguna persona conocida de Fago". El señor que la niña vio acercándose al coche se detuvo justo entre la puerta trasera y la delantera, del lado del conductor. "¿Pasa algo?", preguntó Ignacio. "No pasa nada, siga el camino", dijo el hombre. La luz azul que había confundido con las de la Guardia Civil era la que expedía la linterna acoplada al frontal que el hombre llevaba en la cabeza.

"Vi sus rasgos. Era alto, moreno y delgado, y tenía la cara alargada". El médico volvió a poner el coche en marcha y comentó con su mujer que probablemente era un pariente de Grima, y que Miguel debía estar por ahí y que tal vez se habían parado a buscar algo, tal vez el perro. Entonces la niña, que aún miraba hacia atrás, comentó: "Hay otro".