TAtlonso de la Torre publicó recientemente en Hoy un simpático artículo en el que reflejaba las habituales desavenencias entre los columnistas y el corrector de estilo del periódico, ese nebuloso ángel de la guarda que unas veces te salva del precipicio lingüístico y otras te empuja a él. Resulta que años atrás escribió un artículo para la prensa gallega en el que sugería la supresión de la tilde en Rociito . Su texto vio la luz tras pasar el obligatorio filtro del temible corrector, que incluyó la dichosa tilde cuyo empleo era precisamente desaconsejado por el periodista.

Yo no he tenido problemas con las tildes en la edición de mis textamentos (que el corrector del Word, alérgico a los neologismos, convierte en un legítimo pero aburrido testamentos, con s). Hace tiempo que acepté las recomendaciones del Libro de Estilo de este periódico, publicadas el 14 de mayo de 2006, en las que se apostaba, siguiendo a su vez las recomendaciones del Diccionario panhispánico de dudas de la RAE, por la supresión de la tilde en palabras que hasta hace poco exigían su uso: los pronombres este, ese, aquel , etcétera, y el adverbio solo (excepto en casos de confusión). Ahora que se acerca el momento de enviar a la imprenta el texto que me ha tenido ocupado durante los últimos meses es cuando arrecian las dudas. ¿Qué hacer, seguir omitiendo estas tildes o recuperarlas para evitar desconcierto en algunos lectores? He consultado a varios amigos pero sus criterios, dispares entre sí, no han hecho sino confundirme aún más.

Reflexión del día: no debo de ser demasiado infeliz si mi mayor desazón recae en unas puñeteras tildes.