TNto tengo esperanza de que el mundo sea mejor, dice Alberto Carrero , ese ser de otra galaxia que vive en nuestra comunidad, ese hombre que camina dieciséis kilómetros diarios para comprar el pan, y que vive sin más compañía que las gallinas. Leo el reportaje que publica este periódico y no puedo evitar la envidia. Quién no ha soñado una vez una vida así. Olvidemos el siglo XXI: la calefacción, el aire acondicionado, las grandes superficies, la televisión y la radio, comodidades que él conoce pero desprecia, las dos últimas porque "dicen muchas mentiras". Escuchemos a tío Alberto que se reconoce feliz, que está tranquilo, que no siente interés por nada ajeno. Duerme cuando tiene sueño, come cuando siente hambre. No usa móvil ni reloj, compra cuando lo necesita y habla cuando tiene algo que decir.

No hay rendición ni renuncias, solo tiempo, todo el tiempo del mundo. Qué pensará este hombre cuando se acueste a la hora de las gallinas sin luz eléctrica ni televisión ni nadie con quien hablar. Suelo pasar la noche despierto porque hay muchos cambios, dice. Quemen ustedes todos los libros de autoayuda y olvídense de cualquier terapia. Si todos nos preocupáramos por las cosas importantes y olvidáramos lo superfluo, también nos reconoceríamos felices. No hace falta hacerse eremita ni viajar a la India. Esta tarde de invierno, sin ninguna intención de convertirme en gurú o de renunciar a la calefacción, acabo de encontrar mi propósito de año nuevo. No se puede hacer nada más que dejar fluir, dice de la vida. Mira por dónde Heráclito vive en Extremadura. Todo fluye y nada permanece. Toma ya historia circular.