¿Puede un madelman convertirse en torero? Pues sí, de la mano de Rubén Martín Gordo, un joven placentino de 27 años que compagina su trabajo de camarero en el céntrico bar Español con la afición de realizar piezas en miniatura relacionadas con el mundo del toreo.

Es su forma de resarcirse por no haber podido llegar a ser torero. Lo intentó y ya de adolescente se apuntó a la escuela taurina de Manolo Santos y de su mano pudo torear en varios pueblos. Después, se hizo mozo de espadas de Jesús Talaván El Niño de Plasencia y con él se paseó por los ruedos hasta que lo dejó al pasar Talaván de novillero a banderillero. Ahora, acompaña cuando puede a otro novillero placentino, Florín Fernández, pero no ha llegado a más porque "ví que el futuro en el toreo era un poco negro", dice.

Por eso, se ha dedicado a confeccionar miniaturas de elementos taurinos, que realiza con paciencia y mucha vista en un taller que se ha montado en su casa, donde no faltan los carteles de corridas o toreros empapelando las paredes.

Allí, con máquina de coser en ocasiones y aguja e hilo las más, realiza todo tipo de piezas del toreo a pequeña escala, desde un traje completo para vestir a un madelman hasta monturas, taleguillas, monteras, fundones para las espadas y todo lo que se le pase por la imaginación.

La idea se la dieron los puestos de venta de este tipo de objetos que se instalan en el exterior de la plaza de toros en ferias. "Empecé por probar y como vi que me empezaban a quedar medio bien, pues seguí". Y ya lleva más de siete años con esa afición que practica en los ratos libres que le da su oficio de camarero y que todos sus compañeros conocen. "Llevo doce años en el bar así que todos saben lo que hago y tienen de todo un poco".

Obras por encargo

El mismo compra el cuero necesario para las piezas, además de la pasamanería, lentejuelas, raso o lo que necesite. Lo que se puede, lo cose a máquina, pero principalmente, utiliza la aguja y el hilo para coser, por ejemplo, lentejuelas una a una. Así, cuenta que "una chaquetilla puedo tardar en hacerla entre nueve y diez horas porque lo hago a ratos". Además, les pone su sello porque tiene un capote al que incluso le ha cosido una fotografía de la Virgen del Puerto.

En estos años de afición, le ha dado tiempo incluso a realizar exposiciones. Cuenta que en una ocasión "hice una pequeña y unos catalanes se lo llevaron todo, no dejaron nada". Ahora, realiza sobre todo piezas por encargo para aficionados y se enorgullece cuando ve alguna colgando del retrovisor de un coche, pero sin duda, sus mayores admiradores son sus hijos, de 5 y 3 años, Rubén y Lucía, que no pueden resistir el revolotear alrededor de su padre cuando le ven, nunca mejor dicho, en faena.