La tarde de su confirmación de alternativa, como diez años atrás hiciera Alejandro Talavante, Ginés Marín se ha consagrado en este mundo, tan grande pero tan lleno de dificultades, que es el toreo. En Madrid, en pleno San Isidro, con la plaza a reventar, con toda la repercusión que esta feria tiene en el orbe taurino, Ginés dejó la impronta de lo que los aficionados extremeños bien sabemos: que es un torero de personalidad y calidad desbordante, capaz de lo que hizo ayer, que es sublimar el toreo.

Ginés magnificó el toreo, y lo hizo por el camino de la verdad, no por el de la demagogía, tan en vigor en nuestros días y en nuestra vidas. Él se plantó con la muleta ante Barberillo, un gran toro de Alcurrucén, tranquilo de espíritu, desnudo de resabios, para dar cuenta de su toreo, de concepto rotundamente clásico, de clase para regalar, de corazón enorme y de sentimiento profundo. Que sí, que el toreo grande se hace por abajo, y que la intensidad se la da, por una parte el temple para que el animal no toque la tela y vaya a más, y por otra la ligazón para que la emoción de quien asiste esa obra de arte vaya creciendo.

Decíamos que sin más más el torero se plantó ante Barberillo. Sin probaturas y lo hizo en el tercio, con la muleta en la zurda. Largos, largos, brotaron los naturales, el toro con un tranco de más, como hacen los buenos del encaste Núñez, y el torero que cargaba la suerte y se iba con el animal hasta el final. Corría la mano con limpieza, lo que mejoraba la buena embestida. Segunda serie con la mano izquierda, magnífica, y todavía mejor la tercera, pues la faena, como son las grandes faenas, fue a más.

Como el cante grande que conmueve el corazón, así era esta obra de arte, que crujía la sensibilidad de los aficionados. Gran tanda con la diestra y cambió de muleta por la espalda, para enroscarse a continuación al burel en el natural apabullante, seguir con el molinete y el de pecho barriendo el lomo del astado. Serie final con la zurda de frente y a pies juntos. Si Ginés mataba al toro tenía las dos orejas. Y lo mató, y los tendidos se poblaron de pañuelos blancos, y las dos orejas le abrieron la puerta grande, que él había engrandecido. Triunfo clamoroso.

Favorito se llamaba el toro de su confirmación. Bajito y muy reunido, pero serio por delante, muy diferente del que le iba a otorgar el triunfo, que fue el más alto del encierro. Cesión de espada y muleta por el padrino y brindís al público.

Inicio por abajo de Ginés, suavidad en su toreo y suavidad de la embestida del de Alcurrucén. Poquita transmisión del animal. Al natural, serie lograda y otra ya al final muy bien resuelta, templada, llevándole largo. Dos pinchazos, media y descabello. Ginés había estado bien con un toro al que faltó transmisión.

El Juli fue el padrino por partida doble, pues también confirmó a Álvaro Lorenzo. Su tarde fue la de un torero pleno de responsabilidad, que hizo aflorar lo bueno, que no era para tirar cohetes, de dos toros manejables pero justitos de fondo.

Para que no matara dos toros seguidos, lidió al segundo. Toro entipado, un punto montado y ensillado. Sabio El Juli al echarle el capote abajo en lances muy efectivos. Esperaba en banderillas. Un punto bruto el animal al principio, consiguió el torero alargar la embestida para cobrar series cada vez mejores por ambos pitones. Faena de mérito y oreja.

También lidió el cuarto. Toro complicado en los dos primeros tercios, de remisas embestidas. Nadie esperábamos nada, salvo El Juli, que se lo sacó a los terrenos de afuera y apostó por él. Llevándolo muy tapado, le corría la mano por abajo con limpieza. Trazo largo, le dejaba la muleta en la cara. El toro se fue parando y el torero afincado en Olivenza acortó distancias. Pinchazo y casi entera.

Toro que en otras manos no hubiera tenido las embestidas que tuvo en manos de El Juli, cuya maestría quedó al descubierto, especialmente por cómo supo encelarlo sin molestar al animal. Cabeza, valor y solvencia técnica, todo conjuntado.

A Álvaro Lorenzó le pesó a responsabilidad. Torero de finas maneras, estuvo decoroso ante el de la confirmación, que tenía tendencia a echar la cara arriba. Y con el quinto, en una faena larga, quizá hubo frialdad en su quehacer. Buen toro pero a menos, también decayó la faena.

Marín ha entrado en el Olimpo taurino. A partir de ya va a ser un torero fundamental en las ferias importante. Por mérito propio y por la clase que atesora.